TRANSPIRENAICA
03: Irati - Laruns

  4 de agosto de 2018  

Pocas veces se puede decir que haya dormido tan bien en un viaje de este tipo. El área recreativa de Cize es un lugar perfecto para pernoctar y más ahora que conozco la existencia de esta zona de albergue. El peor día de la Transpirenaica ha quedado atrás. En este tipo de aventuras, la segunda etapa siempre es la peor, ya que se paga el esfuerzo de la primera sin estar todavía habituado al peso de la bicicleta. Luego, la comida va perdiendo carga, te haces a las rutinas, el cuerpo se adapta a los esfuerzos y todo resulta mucho más fácil.

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TRANSPIRENAICA 03 Irati 112 km 2790 m+ IR



Se está tan bien en el refugio que me levanto perezoso y remolón, retrasando al máximo la salida. He hecho cálculos así a bote pronto y creo que será suficiente con llegar a Laruns, dejando los pepinos (Aubisque y Tourmalet) para la cuarta etapa. Tirando de memoria, eso son poco más de cien kilómetros y tengo todo el día, así que a disfrutar sin prisas, saboreando las paradas. En Soudet y Marie Blanche tendré kilómetros duros y, aunque voy comiendo en abundancia para quitar peso, todavía llevo comida como para cuatro jornadas más, con lo que me lo deberé tomar con calma.


Nada más salir del albergue, me encuentro con el giputxi que me lo enseñó y no dejo de darle las gracias antes de partir rumbo a Bagargi.


Esta vertiente de Bagargi, una vez hecha la parte difícil de Burdinkurutzeta o de Arthaburu, son solamente seis kilómetros y medio que no llegan a una media del 5%, así que voy tranquilo, disfrutando del calorcito mañanero antes de que se convierta en insoportable.


Pero empiezo a tener un problema mecánico y la cadena se me sale hacia los radios cuando meto el piñón más grande. Por no ponerme a regular ahora el cambio, subo con uno más bajo a costa de tener que tirar de riñones en los dos kilómetros más duros, al 7-8% de media.


Llego al col de Bagargi y coincido con otros cuatro vascos que se están haciendo la foto de rigor junto al cartel. La cantidad de ciclistas vascos con los que me encuentro en todo el viaje es impresionante, inclusive en la zona más oriental de la cordillera.


Cruzamos cuatro palabras y me dejo caer hacia Larrau. El descenso me lo tomo con calma, ya que la pendiente es fuerte y la carga me obliga a anticipar mucho las frenadas, que deben ser suaves.


La llegada a Larrau me enfrenta a una de esas rampas que no forman parte del puerto pero que esconden la pendiente más elevada de toda la ascensión. Tanto por un lado como por el otro, llegar al desvío del puerto de Larrau es lo más duro de toda la subida.


Cruzo Larrau pero me tengo que detener ante el paso de una carrera de montaña. No me dan ninguna envidia viendo las caras de sofoco que llevan al correr con semejante solana. Ya en la fuente que hay en el rampón que viene del este, me detengo para prepararme una lata de fabada, quitando peso para la dura subida al Soudet por Santa Engracia. En la fuente coincido con un numeroso grupo de ciclistas aragoneses con los que converso un buen rato mientras se refrescan en la fuente y se preparan para subir al coloso pirenaico. Poco después, ya me encuentro pedaleando por la carretera de Tardets, buscando el inicio del Soudet.


Desde el mismo cruce de la carretera de Tardets, la D26, son ventiún kilómetros y medio de subida al 5,5% de pendiente media, una distancia muy inflada porque el puerto comienza, realmente, en Santa Engracia.


Toda esta parte inicial la hago como de paseo, con muchísima tranquilidad. Llevo los bidones llenos y voy pegando pequeños sorbos racionando bastante porque no recuerdo que haya fuentes en toda la subida salvo una junto al camping, que es casi al inicio y no me trae a cuenta parar en ella.


El calor aprieta una barbaridad y paro poco después de Santa Engracia, cuando ya empieza lo bueno, para comer algo y seguir quitando peso. Encuentro una buena sombra y allí que me tiro tras haber superado un kilómetro completo al 11% en el que veo que me cuesta mucho pedalear.


Tras el amplio descanso, me voy a poner en marcha y, al meter la cala, veo el motivo por el cual mi pedalada no era fina. Se me ha abierto la zapatilla completamente. La verdad es que las pobres llevan ya mucho trote y ya tienen unos cuantos años pero ¡qué momento más jodido para jubilarse!


En estos viajes siempre llevo un pequeño botiquín de montaña y me apaño con un par de vueltas de esparadrapo extensible que tiene la gran cualidad de adaptarse a los movimientos y resulta mucho mejor que el esparadrapo tradicional. Además, al ser de tela, es más resistente al rozamiento con el asfalto que la cinta aislante del bote de herramientas. Espero que el apaño aguante y que no tenga que andar buscando un sitio para comprar unas zapatillas para salir del apuro.


¡Vaya diferencia! No sé si estaban rotas de hoy o si ya pedaleé ayer con la suela suelta, pero el caso es que noto que subo con mucha más fuerza. El apaño parece que aguanta bien, incluso cuando poso el pie en el suelo.


Tras una zona un poco más cómoda, justo antes de llegar al cruce que va para Issarbe, vienen los dos kilómetros más duros de toda la subida. Me cuesta negociar estas rampas continuadas de doble cifra pero no tiene nada que ver con lo de ayer en Burdinkurutzeta y voy haciendo camino hasta parar en una pradera a la sombra, rodeado de vacas y caballos pastando, en un sitio idílico en el que me hubiera echado una buena siesta.


Me estoy un buen rato tumbado y creo que es cuando se me acaban los dos kilos de manzanas, a los que he dado prioridad en las últimas paradas porque, además del peso, había que quitar bulto y no son muy apilables que digamos. No fue muy buena idea traerlas pero han sido un bocado fresco con tanto calor que tampoco ha estado de más.


Al final, corono el Soudet ante la atenta mirada de unos viejillos que bajan de su autocaravana y que me miran como las vacas al tren. Fijo que no eran franceses y, si digo la nacionalidad a voleo, igual acierto.


La superación del Soudet sin mayores apuros supone todo un chute de optimismo para los puertos que vienen a continuación. Sin ir más lejos, el siguiente es el Marie Blanche, con uno de los tramos con más pendiente de todo el viaje. Pero antes, debo bajar hacia el valle de Aspe y negociar el corto repecho del col d´Hourataté.


Madre mía lo que cuestan estos repechos que te encuentras en la bajada de un puerto. Vas relajado, con la musculatura suelta y ¡zas! El sofocón que me pego para subir esta tachuela es de campeonato.


Poco después, ya solo me queda bajar por la pista de Osse en Aspe, donde vuelvo a parar en una riquísima fuente de agua fresca en la que aprovecho para asearme un poco y refrescarme un mucho.


El tramo hasta Escot, donde se inicia el Marie Blanque, es favorable y con brisa de culo más, así que llevo una buena velocidad de crucero en estos kilómetros desde Bedous.


Ya en Escot, me enfrento al último esfuerzo del día muy motivado. La etapa es corta y apenas estoy cansado, incluso con ganas de disfrutar con la subida. Antes de empezar me como un bocadillo de sardinas en un bollo de perritos, me bebo medio bidón de agua y me pongo en camino.



Marie Blanque por Escot son dos puertos en uno: la primera mitad es un paseo; la segunda, una pared, con tres últimos kilómetros en los que no se baja nunca del 12%.


La parte del paseo la disfruto mucho. Hace calor pero ya no es lo que era en las horas centrales. Además, este es un puerto con muchísimo arbolado y siempre hay una sombra por la que rodar. Y encima con cauce del río a un lado, con lo que eso refresca el ambiente.


La segunda parte es otro cantar. Me pongo a hacer zetas para suavizar la pendiente al máximo pero tampoco muy escandalosas, lo justo para hacer un cómodo zig-zag por mi carril derecho. Noto que voy a más a cada hora que pasa y eso me da mucha confianza.


Corono el Marie Blanque sin niebla, cosa rara en este puerto que he hecho un montón de veces pero en las que he visto la silueta de los picos que le rodean en muy pocas ocasiones.


Por si acaso, decido ponerme el chaleco cortavientos para la bajada pero no me lo tengo que abrochar en ningún momento. El sol ha desaparecido pero el aire sigue siendo cálido.


En el altiplano de la vertiente de Bielle hay muchas furgonetas y autocaravanas aparcadas. Sin duda, es un buen lugar para detenerse.


Volviendo a bajar, veo la ermita, un buen lugar para pernoctar porque tiene pórtico y muro para quitarte el viento, pero yo ya tengo elegido un sitio mejor.


Mi lugar de parada va a ser Laruns, en la base del primer puerto de mañana. Tan solo tengo que rodar unos kilómetros, observando como las nubes se ciernen sobre las montañas.


A la salida de Laruns, justo antes de cruzar el puente rumbo al Portalet, hay unos baños públicos junto a un parque con bancos, lugar ideal para asearme, cambiarme de ropa y prepararme la cena.


Y al otro lado del campo de futbito y basket, en lo que parecen ser unas escuelas, una fabulosa marquesina de autobuses semicerrada, con un banco perfecto para dormir encima y con un muro de más de un metro de altura que lo separa de la acera y que hace que no te vea nadie, pasando totalmente desapercibido. Ahí me preparo el dormitorio y, con ánimo de madrugar mañana para lo que será la etapa reina, me quedo completamente dormido nada más posar la cabeza sobre la almohadilla.

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2 Comentarios

  1. Telita, los 4 kms finales del Marie Blanque cargado con las mochilas, con lo que yo sufrí en las QHs.
    Buen apaño el del esparadrapo. No te he vuelto a leer comentarios de que volviera a fallar la zapatilla. Por cierto, qué inoportuna rotura. Ya sabes otra cosa a revisar antes de tus retos.
    Sigo admirándote por dormir en la calle. Qué valor.

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    1. Las zapatillas no solo aguantaron la etapa, sino todo el viaje. Tanto es así que sigo usándolas en casa mientras no encuentre en el mercado unas que me convenzan.

      Querido Gorgonio, si ves a un tipo durmiendo en la calle en Valdemoro, le tienes tú más miedo a él que a la inversa. Pues eso mismo ocurre en estas historias, que el 'invasor' soy yo y en cuanto tiro al suelo la esterilla no se me acerca ni cristo, como es natural. Para los lugareños yo soy un 'sin techo'. Y si alguna vez se acerca alguien y me habla, te aseguro que me marcho y cambio de sitio. De hecho, en una etapa española hago treinta kilómetros más de los previstos por evitar a un pesado al que le apetece conversar conmigo.

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