Valles Occidentales y Pirineos Atlánticos

Este fin de semana no tenía previsto hacer el Mauna Kea pero me voy a tirar a la piscina. A dos semanas vista de la fecha señalada, veo más rentable descartar el último paso del desnivel, el que me tendría que llevar por encima de los seis mil metros, y buscar una ruta circular alrededor de Ordesa con los diez mil metros como objetivo. Saliendo de Jaca, pasando al norte por la Piedra de San Martín y regresando por el Túnel de Bielsa, lo veo factible.

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Occidentales y Atlánticos Jaca 300 km 6200 m+ IR

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Salgo de Jaca a las 18:30, más o menos. Tengo planeado salir entre las seis y la ocho de la tarde para poder hacer los primeros kilómetros de día. Son carreteras estrechas de montaña y prefiero hacer la noche en una vía más cómoda.


A pesar de salir con un calor importante y un día bastante despejado, las nubes aparecen de golpe y la temperatura baja considerablemente. En un momento, se levanta un viento tremendo.


Justo llegando a Castiello de Jaca me caen un par de gotitas y se empiezan a oir unos truenos tremendos. De buenas a primeras, sin haber llegado todavía a la decena de kilómetros, empieza a caer la mundial.


Me meto bajo un tejado y espero a ver si para para poder seguir o, si por el contrario, esto significa que me voy a quedar con las ganas de hacer hoy esta ruta.



¡Vaya forma de llover! ¡Vaya truenos y relámpagos! Aprovecho para llamar a casa y maldigo mi mala suerte porque las previsiones meteorológicas eran excepcionales. Aún así, no me sorprende. Ya tengo bastante experiencia con las tormentas pirenaicas. Una hora después, con la carretera completamente encharcada y con idea de volverme al coche como esto continúe así, sigo por la primera subida de la jornada: Labayo.


Esta subidita a Labayo son poco más de dos kilómetros y medio pero la primera rampa es la más fuerte, estando seguramente por encima de la doble cifra. Me cuesta concentrarme y me he quedado frío, a pesar de que hace calor.


Se observa nieve en las cumbres de la zona de Somport. Las nubes han pasado a toda castaña porque hace mucho viento, que siempre llevo favorable. Pero esas mismas nubes se están apelotonando en las montañas, a donde yo me dirijo.


Me atacan las dudas. Estoy transitando por una zona muy poco poblada y me dirijo a una que lo está todavía mucho menos. Cualquier nuevo chaparrón puede suponer un cataclismo como me pille entre núcleos urbanos. Siento que me la estoy jugando.


Corono este alto que he denominado Labayo por llamarse así el pequeño poblado anterior a la llegada a una rotonda que hay en el collado. A pesar de haber salido de corto, hace ya rato que me puse las mallas por encima del culot porque así no me molestan tanto las salpicaduras del piso mojado.


La carretera es estupenda y llego a Borau, desde donde iniciaré otra corta subida a otro collado que he denominado de la misma forma.


Pero la carretera ya cambia completamente y paso a circular por una pequeña pista asfaltada. Son estos kilómetros que vienen ahora los que aconsejaban salir antes de las ocho de la tarde para hacerlos de día y no tener problemas con la oscuridad.


La luz está cayendo de golpe pero espero tener tiempo como para pasar este tramo de subiditas enlazadas. Otros dos kilómetros no suponen mayor esfuerzo pero me preocupan otras cosas. Las nubes se van pero sé que se puede montar gorda en unos minutos.


Corono este alto de Borau junto a un coqueto refugio de montaña. Me estoy encontrando con muchos y veo lógico que los haya en un terreno tan propenso a los chaparrones veraniegos. Son mi primera opción en caso de necesidad.


La carretera está en óptimas condiciones. El asfalto tiene grietas que no molestan nada y ya se ha secado. Mientras iba subiendo, me entretenía mucho ver cómo el vapor de agua salía del asfalto.


Paso por Aisa y disfruto de un paisaje montañoso colosal. La luz se me escapa y todavía me queda una subida más con asfalto dudoso, así que no me entretengo y voy a por ella.


El atardecer deja unos colores preciosos y llego a la Loma de Aísa a tiempo de disfrutar del ocaso. En la cima hay un refugio muy guapo y un cartel que me certifica el nombre del puerto.


En el descenso me encuentro dos tramos cortos con el asfalto levantado que no me obligan a desmontar. En el primero me llevo un buen susto porque no me lo esperaba y me alegro de haber llegado con la luz justa como para poder reaccionar. De noche habría sido un poco peligroso.


Llego a Jasa y atravieso sus calles empedradas. Solo llevo unos treinta kilómetros pero han sido una sucesión de subidas que me sitúan en casi mil metros de desnivel positivo acumulado. Ya estoy viendo la carretera de Aragües del Puerto y es el momento de avituallarme con un sandwich de salchichón, uno de los tres que me he preparado para la noche.


Enciendo las luces en Jasa y conecto con la carretera. Hay unos quince kilómetros cómodos hasta llegar a Hecho, desde donde tengo que volver a subir. Corono el puerto que va a Ansó sin saber cómo se llama y, en el descenso, me encuentro a dos chavales con el coche averiado que están esperando a la grúa. Se han topado con una piedra en la carretera y el golpe les ha roto el cárter, dejando un reguero guapo de aceite.


Como no tengo prisa y la noche me parece muy aburrida, me quedo con ellos hasta que llegue la grúa y aprovecho para comer otro sandwich. Llevan dos bicis y me dicen que iban a participar en la Pax Avant de mañana, que sale de Isaba, aunque ya no lo podrán hacer. Charlamos un rato y llega enseguida el de la grúa, el cual me dice que al puerto se le conoce en la zona como Ansó-Hecho.

Como tienen que esperar también a la Guardia Civil para que hagan el atestado, me quedo otro ratito más porque estoy muy entretenido y así el día llegará antes. Cuando llegan, más o menos a las once de la noche, se ponen con el papeleo y decido que es hora de marcharme, camino del alto de Matamachos, última subida antes de llegar a Isaba.


Mientas me acerco a Isaba, empiezo a ver relámpagos mudos en el horizonte. La tormenta está lejos pero vuelve a ser una amenaza que ya había olvidado. Llego al valle del Roncal y empiezo a preocuparme mucho por lo que pueda venir que, estando tan a oscuras, no alcanzo a imaginarme. Intuyo nubes pero no tengo la certeza total.


Cruzo Isaba, donde hay bastante gente en los dos o tres bares que hay, y salgo para Belagua con intención de subir la Piedra de San Martín. Según mis cálculos, me interesa hacer esta subida y el Marie Blanque antes de que amanezca para estar en tiempo de pasar a España aún de día y no tener que chuparme otra segunda noche, algo que no soportaría sin dormir. A los cien metros de pasar la señal que indica los kilometrajes, me caen dos gotones gordos y me doy media vuelta a toda pastilla para cobijarme en el techo de la antigua gasolinera.

Mis peores temores se han cumplido pero he tenido la gran suerte de que se ha puesto a llover estando cerca de una zona resguardada. Me tiro en el suelo con intención de dormir un momento, aprovechando el obligado parón, y me despierto al de un buen rato por el ruido que monta una cuadrilla que viene de los bares. Medito un instante, analizo la situación y enseguida opto por arriesgarme a seguir los seis kilómetros que quedan hasta el camping Asolaze, donde sé que tengo techo y un lugar mejor para pasar la noche ya que así no puedo subir a la Piedra de San Martín porque sería demasiado riesgo.


El riesgo ha sido importante porque voy los seis kilómetros con los truenos y relámpagos sobre mi cabeza. A las dos de la madrugada se pone a jarrear a lo bestia mientras entro por la pista del camping y, como me esperaba, la puerta de las habitaciones está abierta y con luz, lo que me permite colarme hasta la salita de la primera planta, donde pienso dormir un par de horas en uno de los sofás. Este camping es una maravilla, haciendo también las veces de refugio de montaña.

Me tomo un batido de chocolate y un kit-kat que llevo, me descalzo, me quito la ropa húmeda y me tumbo en el sofá largo con varios cojines bajo la cabeza. No hay color entre estar aquí y estar tirado en una acera bajo la tejavana de la vieja gasolinera de Isaba, con todo el vendaval azuzando. La tormenta es muy fuerte, hay mucho aparato eléctrico, mucha lluvia y, sobre todo, muchísimo viento, tanto que me tengo que levantar un par de veces para cerrar dos ventanas que se abren de golpe.


A eso de las 05:00 de la mañana me despierta un ruido. Empieza a levantarse la gente que va a ir a la Pax Avant y aparecen dos tipos para desayunar en el hall en el que estoy yo, ya que hay un par de mesas de comedor junto a los sofás. No llueve, se aprecian las estrellas de una noche despejada, pero hace un viento impresionante. Los árboles se menean a lo bestia mientras va amaneciendo.

Desayuno otro kit-kat y salgo cuando ya amanece rumbo a la Piedra de San Martín por esta vertiente de Belagua. Hace calor de primera mañana pero el viento es muy desagradable. Por suerte, hasta llegar a la primera rampa me soplará favorable, aunque luego irá alternando de cara en función de cuál sea la dirección de la zeta por la que vaya.


Empieza a salir el sol y no lo veo nada claro. Si algo tenía claro para este fin de semana era el buen tiempo y a la lluvia de anoche se le está sumando este vendaval, que casi es peor. Sigo porque ya estoy aquí, pero con mucha idea de atajar luego por la vertiente francesa de Somport y dejarme de mamonadas.


Los catorce kilómetros de subida se me hacen muy muy desagradables. No me importa sufrir en una ruta por su dureza pero no soporto hacerlo por otras razones ajenas a mi forma física. En estas circunstancias no disfruto nada y me dan ganas de abandonar.


Pero el paisaje de la parte alta de la Piedra de San Martín, uno de mis puertos favoritos, me anima mucho para seguir. Las vistas del Anie (Auñamendi) son espectaculares.


A poco de llegar a la parte de la curva helicoidal, me empiezan a adelantar varios vehículos de Orbea (patrocinador de la Pax Avant) y también de sanitarios de la marcha. A los participantes les llevo tres horas de ventaja, así que libro de sobra.


Corono la Piedra de San Martín y el paso a la vertiente norte me deja algo más protegido del aire, aunque continúa soplando con fuerza. El paisaje de este lado es una maravilla, con un verde ácido que deslumbra.


Paso por el Soudet y veo que están montando un avituallamiento. Han debido cambiar el recorrido original por motivo de permisos y acabarán pasando varias veces por aquí.


La bajada hacia Arette es muy rápida y el viento cesa mucho, hasta hacerse casi imperceptible. Me da ánimos para seguir aunque me caen dos gotas sueltas que me vuelven a preocupar. Solo son dos gotas y no vuelve a llover, cosa rara porque está bastante despejado salvo alguna nubecilla suelta.


Mientras en Arette montan otro avituallamiento los de la marcha, me meto en una panadería y me compro un croisant. Me lo como y me sabe a poco así que, como me ha parecido un poco caro, me meto en otra pastelería que hay un poco más adelante y cojo otro mucho más barato y relleno de chocolate junto con un paquete grande de galletas de chocolate para ir comiendo durante todo el día.


Salgo de Arette pensando en atajar por Somport pero el viento cesa y empiezo a barajar la posibilidad de seguir por el Marie Blanque y atajar por el Portalet si la cosa se tuerce. Ahora mismo voy hecho un lío y la cabeza fluye a velocidad de vértigo con un sinfín de ideas, buenas y malas.


El verde es magnífico, casi embriagador. Produce un efecto imán en mí, y me atrae para continuar. Me encantan estos colores tan vivos.


El día queda perfecto y decido seguir con lo planeado, aunque debería haber hecho el Marie Blanche de noche para poder acabar la ruta sin tener que pedalear durante una segunda noche. Ya no soy el que era y me duerme fácilmente, así que ya no creo que lo logre.


En la primera sombra que pillo me paro para refrescarme un rato. Ya hace mucho calor y no estoy acostumbrado. Voy de malo en peor. Casi prefería la lluvia. Hay mucha humedad y me chorrea la frente, algo que no suele ser muy habitual en mí.


Me zampo unas cuantas galletas de chocolate y relleno el bidón de agua de un torrente, una vez más. Cuesta encontrar fuentes por estos lares y aprovecho cualquier pequeña cascada que fluya limpia y rápida entre piedras.


Mi ritmo es muy tranquilo, lo justo como para poder aguantar muchos kilómetros y mucho desnivel. Me van adelantando ciclistas uniformados iguales de una peña de Biescas. Los cuatro kilómetros finales de la Dama Blanca son tremendos con este calor, que no será mucho, pero que a mí me pilla virgen este año.


Llevo un desarrollo muy cómodo y eso se nota. La gente, a pesar de ir más rápido que yo, la mayoría entrenando para la QH de dentro de un par de semanas, va mucho más atrancada. Me gusta porque sé que mi ahorro de fuerzas es monumental en rampas de pendiente dura tan continuada.


Corono el Marie Blanque por segunda vez por esta vertiente. Ya van cuatro en total pero nunca se me olvidará aquella primera ocasión en la que llevaba una mochila pesada a la espalda, lloviendo, mojado, lastrado. Se me hizo terrible la subida.


La vertiente oeste es la dura pero la del este es la bella. En el descenso voy embobado sacando fotos y disfrutando muchísimo del paisaje.


Este es uno de esos sitios por los que pasas echando de menos una buena tortilla y una mantita para tumbarte en la campa.


Me cuesta bajar a Bielle sin detenerme una y otra vez para hacer fotos. Me cruzo con muchos ciclistas subiendo y, sobre todo, con muchas vacas.


Por fin, enlazo con la carretera de Laruns. Delante de mí está el grupo de Biescas, que me ha adelantado casi al final de la bajada. En la cima del Marie Blanque tenían reagrupamiento y por eso empezaron a bajar después de mí aunque muchos me adelantaran subiendo por Escot.


Van a un ritmo suave porque acabo enlazando con ellos antes de llegar a Laruns, donde me desvío para callejear un poco hacia la bifurcación en la que deberé decidir qué hago. Puedo tirar para delante o rajarme, esa es la disyuntiva.


En Laruns, antes de tomar la decisión, me tomo una cocacola fresquita que me entra de muerte. Necesitaba tomar algo refrescante porque el calor empieza a ser considerable. Llego a la bifurcación con casi 4.000m y, si tiro para el Portalet, se me quedará una etapa de 5.000m que no me satisface, así que decido seguir para delante y ya veremos qué pasa. El Aubisque me tira mucho y ejerce una fuerte atracción sobre mí.


Ha pasado el mediodía y hace mucho calor, tanto que aprovecho cada sombra de la subida. Me entretengo mucho recordando momentos pasados en este puerto y pensando en mis cosas mientras pedaleo.


¡¿Qué habrá sido de Nicolás?! En esta bicicleta gigante nos hicimos una foto en mi primer intento de Transpirenaica. ¡Qué tiempos! Tampoco hace tanto, no llevo mucho andando en bici y todo lo que he pasado ya.


Llego a Eaux Bonnes con una solana de tres pares. Empiezo a contar hacia atrás los kilómetros que faltan porque se está haciendo duro y aún acabo de empezar.


El sol está en lo alto y hay poca sombra que aprovechar. Se me están empezando a quemar los brazos. Y lo que es peor, me empiezo a quemar yo. El cansancio empieza a pasar factura en un puerto tan duro como este.


No hay fuentes y el agua del bidón se pone calentorra en poco tiempo. Menos mal que, en pleno deshielo, los torrentes son generosos y se puede aprovechar lo que cae por las laderas.


Van cayendo los kilómetros y las vistas en Gourette son de las que hacen que merezca la pena el esfuerzo. También es la segunda vez que subo el Aubisque por esta vertiente y no tuve demasiada fortuna con la primera. Como quien dice, aunque en bajada lo he hecho varias veces, estoy redescubriendo el puerto.


Ha quedado un día muy bueno. Ya no hay ni gota de viento, ese que tanto me molestaba por la mañana, y el calor es fuerte pero llevadero a esta altitud. Estoy disfrutando muchísimo, a pesar del cansancio.


Los tres kilómetros finales los hago cruzándome con muchos ciclistas que bajan. Me encuentro con un par de furgonetas de apoyo de clubs y, como suele ser en estos casos, los hay que lo pasan muy mal al final.


También me encuentro con varios ciclistas de alforjas. Siempre me llaman mucho la atención y me apetece mucho que llegue este verano para lanzarme yo también a la aventura. Ya hace un par de años de la BITABI y tengo especiales ganas.


Corono el Aubisque justo cuando el cuentakilómetros y el GPS marcan los 200km y 5.000m de desnivel. Hay mucha gente en el bar de la cima y un reguero de ciclistas impresionante.


Me acerco a las tres bicis y tengo que esperar un buen rato a que se vayan fotografiando un grupo de alemanes, de uno en uno. Llega un momento en el que les tengo que pedir que se quiten de delante porque no se dan cuenta de que los demás estamos haciendo cola para lo mismo, aunque yo no me pongo porque solo me interesa la escultura. Ya he subido el Aubisque más de media docena de veces y, salvo excepciones, no suelo aparecer en las fotos de los puertos.


En este momento, tengo que decidir qué hago. Puedo bajar y subir el Portalet, con lo que daría por concluida la jornada en Jaca con más de 6.000 metros de desnivel y 300km, o puedo seguir con el plan inicial rumbo al Tourmalet. Si opto por esta segunda opción, tendría que parar a dormir en Sainte Marie de Campan porque dudo mucho que aguantara una segunda noche sin dormir, ya que he acumulado muchísimo retraso en la primera.

Está claro que, si tengo que dormir en Campan, el objetivo de una Mauna Kea ya no sería posible porque no lo contemplo para hacer en dos días. Hacerlo en dos días sería no hacerlo, así que tiraré para el Portalet y ya veré si lo intento dentro de dos semanas, que era la fecha que puse inicialmente.


Tourmalet por Portalet es un cambio parecido. El primero es más duro pero el segundo me supone tener que hacer 100km exactos desde la cima del Aubisque hasta Jaca. Aunque me lo tomo con tranquilidad, incluso haciendo una parada para comer unas galletas antes de empezar a subir, a los pocos kilómetros alcanzo a un trío de maños que preparan la QH de dentro de unas semanas.


Entablamos conversación y ya sigo subiendo con ellos casi todo el puerto. Uno va un poco mal y hace la goma, lo que hace que me vaya por momentos.


Pero yo me detengo mucho para hacer algunas fotos, lo que hace que me vuelvan a rebasar. Así una y otra vez. Con la tontería me sirve de entretenimiento y los casi treinta kilómetros van cayendo.


El calor cada vez aprieta más y siento que se me cuecen los pies. Ya me ha pasado en varias ocasiones y tengo una necesidad imperiosa de meterlos en agua fría. Al primer reguero que encuentro, me descalzo y aprovecho para refrescarme bien.


Aunque el Portalet por esta vertiente de Laruns está muy chulo desde el inicio, la llegada a la presa supone entrar en un paisaje idílico de montaña. Es un puerto bellísimo.


Me vuelvo a detener a diez kilómetros de la cima, sentado en un banco de un pequeño bar que hay en unas casetas. Me termino el último pack de galletas de chocolate (muy derretidas ya) al paso de un gran rebaño.


Y para arriba de nuevo, esta vez superando porcentajes más propios de un puerto, aunque nunca mayores de un 6-7%. El Portalet es muy largo pero con porcentajes muy cómodos en todo momento. Solo al paso por la presa se acrecienta un poco más.


En un inmenso torrente me vuelvo a encontrar con los tres maños que se están pegando un buen chapuzón. El agua baja helada y se agradece un montón. El calor empieza a ser terrible.


Apenas quedan tres kilómetros de subida y no veo el momento de terminar de ascender. Se me está haciendo durísimo este tramo final. Menos mal que el magnífico paisaje atenúa el sufrimiento.


Corono el Portalet y me tiro de cabeza a uno de los bares de la parte española para tomar algo frío. Veo a una pareja tomando unos helados y me dan tanta envidia que pido un cucurucho enorme de nata chocolate y un Nestea con un montón de hielos para calmar la sed. Ya todo es terreno favorable hasta el coche y casi doy por concluido el esfuerzo.


Llego a Escarrilla y aprovecho para llamar a casa. El helado no me ha sentado nada bien y, dos kilómetros más abajo, me meto los dedos para potarlo. Ya me ha pasado en varias rutas de estas largas que acabo con sobredosis de azúcar y tengo que vomitar cuando se acerca el final. En cuanto lo hago, el malestar se me pasa en unos minutos.


A falta de poco más de treinta kilómetros para llegar a Jaca, en el cambio de plato de un repecho, se me engancha la cadena con el desviador y ya no puedo engranar de nuevo el plato grande, lo que hace que termine bastante más despacio de lo que podría ir al tener que circular con el pequeño en los tramos llanos y de bajada. Pero consigo llegar a Jaca sano y salvo a una hora prudencial.

302km y 6.200m de desnivel positivo acumulado después me encuentro otra vez en el coche. Ahora mismo pienso que le van a dar al Mauna Kea, que no tengo ninguna necesidad pero, camino de casa, vuelvo a darle vueltas a regresar en dos semanas para acabar con esta historia para siempre como se merece.

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8 Comentarios

  1. Los pirineos son extraños. Dan bueno y llueve

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    1. Recuerdo la primera transpirenaica que intenté, en la que me tuve que dar la vuelta en la cima del Tourmalet porque llevaba seis kilos de agua encima.

      En una cimeada catalana, tenía que buscar refugio a partir de las tres de la tarde porque diluviaba. Hasta se quedó un autobús trancado por una balsa en la carretera.

      Cimeando con Amaia, vivimos unas tormentas durmiendo en el coche que flipaba en colores.

      Los Pirineos hacen de frontera natural para los vientos calientes cargados de humedad del Mediterráneo y los fríos que vienen del norte y se preparan unas escandalosas. Solo hay que ver las inundaciones que suele haber en verano, sobre todo al final y en el Pirineo oriental sobre todo.

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  2. Tremendo, Joseba. Leer estas crónicas tuyas es mejor que cualquier peli de Alfred Hitchcock. Me faltaría valor para meterme en semejante fregado.
    Sabía que tirarías para el Aubisque, qué ganas le tengo a esa vertiente.
    Me río yo del protagonista de "supervivientes" y de los programas de "Al filo de lo imposible" leyendo tus aventuras.
    Enhorabuena por el final.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Gorgonio.
      Ya sabes que me gusta la intriga, jejeje

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  3. Ah, en lo de coger agua en cualquier torrente no hay mucho riesgo. En la cima del puerto de Los Santos, Ciudad Real, me quedé sin agua, con casi 40º y todo el tramo que me quedaba hasta Urda con los torrentes manchegos, que ya sabes como van en verano. Una botella medio llena de agua mineral, abandonada en la cima del puerto me salvó. No tuve muchas dudas de si debía beber. Tomé un sorbo y esperé 5 minutos, aver qué pasaba. Y pasó que me calmó la sed.

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    1. Todo depende de si hay ganado o no. En Iparralde, por ejemplo, yo no me atrevo a coger agua de ninguna parte porque en 2006 me estuve una semana entera cagando verde, ;-)

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  4. Muy buena. Anímate a seguir, ¡ya lo tienes muy cerca y con buen tiempo podrás hacerlo seguro!

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    1. Muchas gracias. A ver si no se tuerce el tiempo y voy a por el Mauna Kea este fin de semana. ¡Sufriré o petaré! ;-)

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