La ruta del águila

9 de julio de 2021

Hoy he dormido en Cesky Krumlov, justo en el aparcamiento que hay junto a la estación de tren. No me gusta mucho parar en sitios así pero no encontraba nada mejor como para dejar el coche a primera hora de la mañana. Y es que ver uno destrozado junto al mío no da buenas sensaciones.



El caso es que ha salido buena mañana y me dispongo a partir rumbo a Klet, una subida de poco menos de diez kilómetros. El plan para hoy es corto, solo con dos puertos en todo el día, así que me lo puedo tomar con mucha calma.


Tranquilamente al 4% voy por una carretera que se adentra en el bosque, yendo por las afueras de la población. Me voy cruzando con gente que va al trabajo, en unas estampas mucho más humildes de las que había en territorio alemán.


El track de la subida me lleva por un camino más estrecho, enlazando varios cruces en los que sería fácil perderse sin el GPS, hasta llegar a los límites de la población.


La cosa empieza a ponerse más seria al meterme por una pista asfaltada con mucha grava y pinocha suelta. Aparecen las rampas de doble dígito y alcanzo a un betetero que va caminando con la bici.


Llega un momento en el que ya no puedo seguir montado. El piso es de tierra con grava y la llanta se me hunde. Espero al betetero para preguntarle y ni me entiende, lo justo para insinuar que está así hasta arriba y que con bici de carretera no se puede subir.


Decido dejarlo ante la imposibilidad de montar y me encuentro a otro ciclista empujando la burra. Debe de ser lo habitual por aquí, en vez de subir montado. La pendiente supera el 15% en algún punto pero tampoco es que sea tan complicado subir con esas ruedas.


Ya de vuelta, toca traslado a Austria, retomando el camino de regreso a casa. La policía suele pararme a menudo y me quedan dos días de ITV. Como no sé cómo va eso a nivel internacional, prefiero pasarla en Bilbao, tomarme unos días de descanso en la playa y regresar para otra tacada larga.


En la parte austríaca de la frontera está lloviendo, nada que ver con el solete que teníamos en la República Checa. Como es la última del día, espero a que escampe antes de partir. Es una pena que el cielo esté tan cubierto y las nubes oculten la zona a la que me dirijo.


Moldaublick son nueve kilómetros pero solo tres tienen la dureza propia de una subida, ya que tanto el primero como los cuatro últimos son casi llanos.


Una zona dura con dos kilómetros enteros al 10% me sitúa casi en la cima de la colina. La niebla está baja y comienza a hacer frío de verdad.


No llueve pero la niebla moja, lo que hace que la subida resulte bastante incómoda. No se ve absolutamente a nadie, quedando una sensación muy fantasmagórica.


Superado casi todo el desnivel, se llega a un complejo para visitantes a esta especie de parque natural. Hay algunos coches aparcados pero nada de movimiento. Me meto por la pista, casi llana, y a la salida de una curva cerrada me espera una de las experiencias más maravillosas que he tenido en mi vida. 

Me encuentro de bruces con un águila en la carretera que se asusta al verme y empieza a despegar delante de mí, con sus alas desplegadas de lado a lado de la pista, con un sonido de aleteo increíble. El bicho es enorme.

Los árboles son tan altos a los lados que solo puede despegar hacia adelante, lo que hace que vayamos en la misma dirección y que pueda ver de cerca toda la maniobra. Me quedo tan embobado que no consigo reaccionar para sacar la cámara del bolsito y cuando lo hago ya es tarde.


Sin dejar de pensar en lo que acabo de vivir, llego al refugio de Moldaublick tras un par de kilómetros completamente llanos. No hay nada más, así que me doy la vuelta y para abajo.


Al llegar al complejo del parque, veo una escultura de un águila que no había vista al entrar, con un cartelillo sobre la ruta del águila. Esas alas enormes son justo lo que acabo de disfrutar hace unos minutos.


Llego al coche y se pone a llover. Además, hace frío. Espero que los pocos días que me quedan de este viaje no se me acaben estropeando.

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