El entorno de Salzburgo

10 de julio de 2021

Ya queda poco para esta primera parte del verano y sigo acercándome a casa, cruzando por Austria para quitarme algunas subidas del norte que tenía pendientes. Ayer me dio tiempo a ver un poco Salzburgo, donde he dormido, y hoy empiezo a subir desde sus calles.



Empiezo temprano a ascender Gaisberg Straße, más de doce kilómetros a una buena media del 6,5%. El sol está presente desde primera hora pero tampoco es que caliente demasiado.


Desde el principio sé hasta donde tendré que llegar, ya que se ven unas antenas en la cima de la montaña. La carretera es cómoda y la ausencia de tráfico a estas horas permite disfrutar el paseo, aunque la pendiente se mantenga constante.


Aún así, se toma un desvío a la derecha, abandonando la carretera principal para entrar en una que se adentra en las faldas de la montaña, más estrecha y más entretenida.


A ratos por zona boscosa, con gran cantidad de sombras, voy ganando altitud y unas magníficas vistas de la ciudad y de las montañas que la rodean por todas partes.


La subida transcurre entre verdes praderas, camino de Oberjudenberg, donde la pendiente baja bastante, con algunos tramos de llano.


A la salida de la pequeña población, la carretera se mantiene al 7%, a la espera de los tres últimos kilómetros, donde la cosa ya se pone más seria.


Austria es un país precioso lo mires por donde lo mires, y las vistas cada vez son más bellas. Las pendiente se han situado en la doble cifra constante pero la dureza se salva con facilidad debido al disfrute de rodar con semejante panorámica.


Tras trece kilómetros de una subida bien chula, llego al final, una zona con unas antenas desde la que se aprecia todo el valle de Salzburgo.


Parece que el día va a quedar muy disfrutón y me traslado veinte kilómetros hasta Unterau, donde tendrá lugar la siguiente subida a Roßfeld, de nuevo en territorio alemán.


De nuevo es un buen puerto, de más de trece kilómetros al 7,5%, para más de mil metros de desnivel.


Otra vez la carretera es perfecta para disfrutar de la bici en un sábado sin apenas tráfico. El paisaje también acompaña, con montañas por todas partes y praderas verdes a los lados.


Tras un inicio duro de doble cifra, la cosa se suaviza un poco y va dando tumbos entre un 6-8%. Tan solo alguna pequeña rampa de doble cifra dificulta algo la ascensión.


Las preciosas vistas iniciales se van cerrando poco a poco, a medida que me adentro en el bosque. El puerto promete y empiezo a cruzarme con muchos moteros


Siguiendo las evidentes señales, sin apenas mirar al GPS, aparece un cartel de peaje, lo que me indica que se debe tratar de una carretera de especial interés turístico.


Cada vez estoy más cerca de las montañas rocosas que tengo delante y el paisaje es más y más chulo a cada paso que doy. Esta zona es, de largo, la más chula de lo que llevo de viaje.


La ganancia de altitud va dejando unas vistas brutales de estos Alpes Bávaros. La pendiente es constante y se mantiene cercana a un 8% que se empieza a notar en las piernas.


Van pasando moteros y moteros, hasta que alcanzo un aparcamiento repleto de coches. Dos kilómetros muy duros darán paso a la parte final, una especie de llaneo por la cima para disfrutar del entorno.


Hay un montón de gente por todas partes haciéndose fotos, con mucho turisteo. No me extraña, ya que es de lo mejorcito del sur de Alemania.


Me cuesta bastante hacer una foto en el cartel porque coincido con muchos ciclistas y no terminan de dejarlo libre. Como la subida tiene dos vertientes y acaba siendo circular, decido bajar por la otra, no sin antes disfrutar un poco de una colección de 'dos caballos' franceses, a los que los alemanes miran muy extrañados. Los franceses sí que saben disfrutar del paisaje... y de la vida.


La bajada es tan chula que me tengo que detener varias veces para hacer alguna foto. El caso es que me va a dar pena abandonar este magnífico puerto


Toca nuevo traslado corto, de apenas doce kilómetros, para llegar a Batler, con lo que las vistas son muy parecidas a las del puerto anterior.


En esta ocasión me toca subir a Hirschbichl, un alto a más de una docena de kilómetros del inicio de puerto pero de la que solamente me separan poco más de quinientos metros de desnivel.


El inicio es muy suave y, tras pasar junto a un lago lleno de coches aparcados por los laterales de la carretera, llego a una barrera canadiense con el paso prohibido a los vehículos motorizados, lo que siempre es una buena señal.


Me adentro por un paraje muy chulo, con varias bicicletas eléctricas que me adelantan, la mayoría con gente muy mayor en ellas. Al de poco rato, empiezo a escuchar un helicóptero.


Me tengo que echar a un lado porque pasa una ambulancia, un coche médico y otro de policía, así que algo ha tenido que pasar.


Resulta que me encuentro, en la zona más dura de toda la subida, en una rampa revirada de doble cifra, a una señora estampada que está siendo atendida por los servicios médicos, con varias personas paradas con sus bicis alrededor. Suben paredes con estas bicicletas eléctricas pero luego al bajar no son capaces de dominarlas. ¡Un peligro!


La parte alta de esta subida es fronteriza con Austria. Cruzo una barrera y me encuentro con otro montón de ciclistas. La subida sigue por una pista estrecha.


Hasta que el asfalto se me acaba y tengo que dar por concluida la ascensión, sin poder seguir a unos beteteros que venían conmigo en el último tramo.


Disfruto de la bajada con suavidad, con cuidado de no estamparme donde lo había hecho la señora, la cual sigue ahí con los médicos cuando paso. Otro traslado de treinta kilómetros me lleva a Lofer para subir el último del día.


La subida a Höhenstraße Loferer Alm es un buen bicho, con ocho kilómetros a más del 12% de media. Menos mal que a estas alturas de viaje ya tengo la forma óptima para tirar en estas rampas.


De inicio, no hay cuartelillo, siempre por una pista de doble cifra que mira al cielo y en la que sabes que no habrá descanso. No queda otra que ir haciendo.


Enseguida las vistas son brutales. Esto es Austria de nuevo, el paraíso para subir en bicicleta de carretera. Dureza y belleza compiten por igual.


El tercer kilómetro es al 14% de pendiente media, sin descanso, duro de verdad. Se pasa otra barrera que impide el paso a los coches, aunque aquí no hay coches, aquí no sube nadie, es una pared.


Paso junto a una fuente y la carretera se va estrechando cada vez más. Empiezan a aparecer remontes de las pistas de esquí que hay en la parte alta.


La cima de la montaña se ve ahí mismo pero el cuentakilómetros no miente. Hay dos kilómetros algo más suaves previos al último, otro muro al 14% de media pero con un final tremendo.


El piso en este último kilómetro está algo estropeado, con un poquito de gravilla, pero se sigue subiendo bien. Bueno, lo bien que se puede subir en estos casos.


Por encima del 20% se llega a la altura de unas antenas, con unas vistas brutales, equiparables al nivel de esfuerzo y al frío que se ha puesto. No se me había ocurrido de inicio y a esta altitud hace un frío que pela.


Culmino la ascensión y me doy media vuelta. El aire es gélido y me quedo helado. En el descenso para un par de veces, no para hacer fotos, sino porque tengo los dedos congelados y apenas puedo frenar.


El coche lo tengo en el centro del pueblo, en una plaza con un buen aparcamiento. Hay una despedida de soltero y los amigos del novio la van armando en una trenecito, con música a tope y mucho jolgorio. Aunque vayan todos con manga corta, yo tengo un frío del copón.


Tengo otros veinte kilómetros de traslado al siguiente punto, pero ya lo dejo por hoy. Han sido cuatro puertos chulos, diferentes entre ellos, para una muy buena jornada.

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