Una frontera y dos mundos

20 de junio de 2021

Tras pasar la noche en Donibane Garazi y después de haber pegado un buen repaso al cambio, decido volver a probar con el enlazado Arnostegi y Arthaburu. Es un momento, no me cuesta nada. En la primera rampa de la subida de los peregrinos ya voy a saber si el cambio funciona o no.




El caso es que parece que la cosa marcha y no me saltan los piñones con el desarrollo más flojo metido. Hay algo que no va bien del todo en la bici pero voy avanzando. Parece que la pobre ha sufrido tanto como yo el puñetero secuestro, digo, confinamiento.


Llego a la parte más complicada de la ascensión y no me dan ni la patata ni las piernas. Me parece que el enlazado que quería hacer era demasiado ambicioso para mi penoso estado de forma.


Es tristísimo. No puedo ni con mi alma. Llego al refugio Orisson con ganas de mandar la bici a tomar por culo. Aunque este pensamiento me dura solo y un minuto y enseguida pienso que hay que darle la vuelta a esta situación. El puto Urkullu no se merece que me rinda tan pronto.


Al final voy tan cascado que, sabiendo que no voy a continuar con Arthaburu, decido darme la vuelta al llegar al collado de Beillurti. Es en ese mismo instante cuando se me ocurre que, camino de vuelta a Bilbao, podría hacer una parada en Hondarribia para subir Jaizkibel.


Antes de coger la bici, decido dar un paseo por la zona del puerto y de la playa, solo para comprobar las diferencias existentes a un lado y otro de la frontera. En Francia no es obligatorio el uso de la mascarilla en la calle y eso ha hecho que me sintiera muy cómodo, ya que yo soy exento de llevarla. En España, por contra, soy el blanco de todas las miradas. Al virus le debe dar miedo el Bidasoa y se debe quedar en esta orilla. Y yo soy la peste, claro. El nivel de borreguismo y absurdez que hemos alcanzado es inusitado.


El caso es que termino el paseo y cojo la bici con ganas renovadas. Primero me acerco hasta el faro de Higuer para calentar un poquito y luego empiezo a subir Jaizkibel. No es duro, pero para mí lo va a ser seguro.


A un ritmo pausado, casi en parado, voy haciendo camino. Me adelantan como tres o cuatro ciclistas que tampoco van muy rápido pero que, a mi lado, parecen motos.


Me tengo que parar dos veces para coger aire. La pérdida muscular es evidente, pero estoy evidenciando una pérdida de capacidad pulmonar preocupante porque me ahogo cada dos pedaladas. Tengo que parar varias veces en la parte final, en un triste 7%.



Al final llego, penando pero llego. Tengo muchos planes para el verano y no sé cómo narices voy a poder afrontarlos en este penoso estado de forma. Me anima pensar que en Francia se vive mejor, hay más libertad, recuerdan los tiempos de la guillotina y hasta un chaleco amarillo le ha dado un bofetón a Macron para que no se pase con ellos. Aquí vamos al paso de lo que digan Urkullu y su ¿comité de expertos? No hay más borregos porque no caben. Pero el daño está hecho. Sin matar a nadie, a mí me han quitado un año y un día de vida.

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