La frontera de Italia y Eslovenia

10 de agosto de 2019  

El viaje comienza a virar hacia casa, regresando por donde he venido, en una ruta más al sur que me irá acercando día tras día. La primera parada es en Bled, una localidad muy turística situada a orillas del lago glaciar que recibe su mismo nombre. Hay tanta gente que me tengo que desplazar unos kilómetros para encontrar un sitio tranquilo en el que dormir.




Madrugo mucho y me acerco hasta el lago de Bled cuando todavía no hay nadie. La subida que tengo que hacer es de solo un kilómetro y medio, una ascensión a un castillo que hay en un promontorio en la orilla del mismo lago.


Cruzo por las calles de la localidad y para arriba al 6& constante, sin mayor historia. Es de esas subidas turísticas que no sé si deberían formar parte de un juego de puertos.


En la base del castillo hay una explanada con un guardia que se queda cuidando la bici mientras subo por una rampa que hay tras una pequeña puerta. Me imagino que esto será terrible en cuanto abran las puertas, dentro de un rato.


Un sitio muy chulo pero una subida muy bluf, así que sigo viaje hasta llegar a Kranjska Gora, otra localidad muy turística cerca de la frontera italiana.


Estamos en vacaciones, en un sitio muy turístico, en pleno agosto y es sábado, lo que hace que haya un montón de gente por todas partes. También hay muchísimos ciclistas de carretera, así que el puerto promete.


El terreno hasta Jasna, con un lago repleto de gente, es prácticamente llano. Son unos tres kilómetros y medio de calentamiento para los nueve restantes, el verdadero paso de Vršič. A partir de aquí, la pendiente supera el 8%, con tres kilómetros finales muy duros al 10% de media.


Pero eso no es lo gracioso. Lo más destacado de este puerto es que tiene numeradas todas las herraduras y todas ellas son de pavés, ¡y son 24!


Me cuesta mucho hacer fotos limpias, ya que siempre hay ciclistas subiendo o bajando, o patinadores, o una caravana de coches atascados en las herraduras. El caso es que el puerto se hace duro pero es tremendamente entretenido.


El paisaje también acompaña, con una semejanza a los dolomitas italianos aunque en versión reducida. En este país se aprecia todo muy cuidado y da gusto andar por él. Está siendo todo un descubrimiento, toda una sorpresa.


Consigo llegar arriba, donde hace muchísimo calor,coincidiendo con muchísimos ciclistas que también llegan por la otra vertiente.


El caso es que en la cima hay unos chavales con chalecos reflectantes cobrando tickets a quien quiere aparcar y prohibiendo el paso hacia la otra vertiente si se tiene idea de aparcar en el arcén. Como tengo que pasar en coche hacia mi siguiente destino, pregunto y me dicen que no tendré problema, siempre que no me pare ahí.


Tras un descenso en bici complicado por el pavés, por el tráfico, por la gente, ..., vuelvo a tener una subida en coche complicada por el pavés, por el tráfico, por la gente, ..., llegando tras un buen paseo motorizado a la base del Mangart, un puertazo de los mejores que he hecho en todo este periplo alpino.


En Log Pod Mangartom (¡vaya nombrecito tiene el pueblo!) se inicia la vertiente este de un puerto de 16'5km al 8'5%. Pero lo mejor no son sus números, ni que supere los dos mil metros de altitud, sino su belleza. Es un puerto espectacular.


Los primeros cinco kilómetros son por carretera, sin bajar del 9%. Se va remontando un valle precioso, con un verde ácido de praderas jalonado con unas rocosas impresionantes. La estampa es de ensueño.


Se pasa por cuatro casas que conforman la pequeña localidad de Strmec justo antes de tomar un desvío a la derecha, en una pequeña explanada donde aparcan algunos coches, parte final de la subida común a las dos vertientes.


A partir del desvío, la carretera se estrecha y es un puro espectáculo. Apenas caben dos coches y me encuentro con varios tapones porque se cruzan los que suben con los que bajan sin poder pasar.


Llevo un buen trecho hecho cuando me encuentro con un peaje. Los kilómetros se mantienen al 10% en esta zona.Obviamente, en el peaje me dejan pasar libremente porque voy en bicicleta. Hay muchísimos moteros, pero todos ellos muy respetuosos.


El puerto es cada vez más bonito. Empiezan a aparecer túneles en la roca, la mayoría muy estrechos, en los que tengo que andar con cuidado por la falta de visibilidad.


El paisaje de alta montaña se va abriendo paso y empiezo a intuir hasta dónde debo llegar con la aparición de un collado cubierto por una nube.


De vez en cuando aparece algún kilómetro al 6% para darme respiro, ya que el puerto tiene unos buenos números. No puedo parar de hacer fotos.


Hay un momento en el que parece que la niebla me va a estropear el final pero el aire sopla en las proximidades del collado y la nube pasa rápidamente.


Vuelven a aparecer un par de kilómetros al 10% al finalizar la ascensión y termino con un suave llaneado en una lazada para que los coches no se tengan que detener a dar la media vuelta.


En la cima me encuentro con una pareja de moteros de Madrid y me aconsejan que deje la bici y que ande unos metros para asomarme al vacío por un cortado que hay tras la pradera. Las vistas son espectaculares.


La verdad que me he quedado maravillado con el Mangart y con Eslovenia, un país que he podido recorrer casi de cabo a rabo y que me ha resultado sorprendente. Paso a Italia y llego a Uccea, un lugar perdido donde se inicia la subida a Sella Carnizza.


Aparco como puedo en el mismo cruce de inicio, arrimando bien el coche a la pared, para acometer esta subida de nueve kilómetros al 5´5% que no me va a llevar demasiado tiempo.


El caso es que ya se me ha hecho tarde y el sol empieza a estar bajo. La subida no tiene mucha historia y su pendiente ronda siempre el 5-6-7%, lo que hace que apriete para terminar rápido y tener un rato aún para llegar al próximo destino.


Después de haber disfrutado como un enano en el Mangart, esta subida del Sella Carnizza parece de juguete. El único aliciente, como tantas otras ocasiones, es saber a dónde me lleva.


Y resulta que no me lleva a ningún sitio especial. Hay una especie de refugio en una explanada bajo la montaña y, siguiendo la carretera, llego al puerto de paso, escondido entre los árboles y sin nada que ver allí.


Mañana me toca el Mataiur y a su base que me voy. Hoy ha sido un día magnífico para recordar por mucho tiempo. Da gusto cuando te encuentras con algún puertazo de verdad.

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