TRANSPIRENAICA
06: Tarascon - Thuir

  7 de agosto de 2018  

La Transpirenaica en bicicleta de carretera, si todo va bien, debería llegar hoy al Mediterráneo, ya que la distancia que me queda, según mis cálculos, es muy asequible, de unos 180km. Tan solo me resta un puerto duro, el col de Pailhères y desde el col de Jau es todo para abajo, así que lo veo muy probable. El caso es que me encuentro hasta demasiado bien, diría yo.

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TRANSPIRENAICA 06 Tarascon 155 km 3035 m+ IR



Haberme puesto a dormir muy tarde hace que me despierte también tarde y, entre desayunar bien, vestirme y recoger, casi me dan las nueve de la mañana. De Tarascon sur Ariège hasta Ax les Thermes tengo casi treinta kilómetros para rodar e ir entrando en calor.


Lo primero que hago al llegar a Ax es buscar una fuente para cambiar el agua del bidón y preparar uno de isotónico para la subida, ya que el col de Pailhères es un buen coco. Aprovecho también para comer algo y así seguir quitando peso. Había calculado comida para seis días, no paro de engullir y, aún así, creo que los víveres de la salida me van a dar para un día más.


Empiezo a subir y, junto a un arco de salida, tengo el cartel del col de Pailhères junto con el de su vecino col du Chioula que también tengo hecho. 19km al 6,5% son números de coloso, y más con la cima situada a 2.001m de altitud.


Lo bueno que tiene Pailhères es que no hay rampones. El inicio se mantiene constante en torno a un 5-6-7% y voy haciendo sin mayores problemas, máxime cuando las alforjas ya pesan muchísimo menos y yo voy cogiendo una forma que no tenía al principio.


En el km.7 se llega a Goulours y hay un kilómetro casi llano que sirve de descanso y para disfrutar del pequeño lago. Como he salido de zona urbana aún no he ido al baño, así que aprovecho este sitio para hacerlo y olvidarme ya para todo el día.


A poco de dejar el lago atrás, llego al punto en el que sale la carretera que se dirige al col de Pradel, el cual comparte inicio con Pailhères por esta vertiente de Ax. Cuando los hice para el BIG fue por donde me metí para luego regresar por la vertiente de Mijanès en una circular muy evidente con los dos puertos.


A partir de aquí, los once kilómetros que quedan se vuelven mucho más duros y ya no se baja de un 8-9%, salvo algún descanso al 5% antes de afrontar los seis kilómetros finales. Eso, unido al calor, hace que vaya muy suave y parando en alguna sombra en un par de ocasiones.


Llego a la parte final con los bidones caldeados y los labios muy secos, con ganas de tirarme para abajo para buscar agua. En la cima me encuentro con un grupo de catalanes con marcado acento andaluz que se felicitan efusivamente por el puerto ascendido.


Me piden que les haga la foto de grupo junto al cartel y espero a que se retiren para sacar la caseta donde se encuentra, rodeado de un montón de caballos que no dejan pasar por la carretera. Como los ciclistas no parecen muy sociables y siento que pasan de mi, continúo en mi afán de llegar abajo rápido para coger agua.


Aunque por Mijanès hay un par de estampas chulas, recordaba Pailhères más bonito de lo que me ha resultado esta vez. Me ha pasado en alguna otra ocasión con algún que otro puerto, que la segunda vez que los he hecho me han defraudado bastante.


Llego a Mijanès y me encuentro con otro grupo de cuatro ciclistas, esta vez mucho más joviales y habladores. La fuente del parque saca agua fresca y se agradece.


Salimos a la vez y compartimos unos metros, ya que tomamos la misma carretera de Quérigut, solo que yo me desvío enseguida.


Me meto por una carretera estrechita que sube al pueblito de Le Puch, con un kilómetro entero al 10% que me obliga a ponerme tieso sobre el manillar para poder superarlo dando pedales en pie.


Ya estoy en la horas centrales del día y el calor vuelve a ser altísimo para andar con estos rampones. Menos mal que solo es un kilómetro y se intuye que, al llegar a las casas, ya no se sube más.


En efecto, en Le Puch termina el rampón y con él la subida. Me ha subido tanto la temperatura corporal en esta pared que me tomo un descanso en una sombra y aprovecho para comer la última lata de legumbres que me queda. Es una fabada asturiana, cojonuda a más de 30ºC a la sombra.


El descenso de Le Puch es muy cortito y empalmo con una carretera perdida en lo que va a ser uno de los tramos más sorprendentes de todo el viaje. De hecho, son de los pocos kilómetros por los que no había pasado nunca.


Yendo por una zona muy frondosa, doy a parar al inicio de la subida al col du Garavel, otro puertito nuevo que me voy a poder apuntar.


La carretera es una gozada, completamente solitaria y con unas vistas muy buenas al abrirse hacia un lado. Son como dos subidas enlazadas a través del col des Moulis.


Tras dos kilómetros y medio en los que no se pasa de un suave 5%, corono la primera parte. Hace calor pero se ha levantado una suave brisa muy sabrosa.


Se baja durante un kilómetro completo y otra vez para arriba, esta vez con un poco más de pendiente pero sin pasar del 6%.


Corono el col du Garavel y se nubla completamente. Se ven muchas nubes en los Pirineos y, en cambio, un cielo azul despejado hacia el mar, que es hacia donde me dirijo.


La bajada me lleva por un par de poblaciones en las que no se ve a nadie. Está siendo una etapa muy solitaria, en contraste con las jornadas multitudinarias que he tenido en el Pirineo central.


Paso por Roquefort y llego al cauce del río Le Forge, donde se encuentra el inicio de esta vertiente del col de Jau que ya tengo hecho por Prades.


Por este lado, el col de Jau son poco más de diez kilómetros que, salvo un descanso en el segundo kilómetro y alguna rampa muy puntual al 10%, apenas supera el 6-7% en toda la subida.


La subida se mantiene siempre entre arbolado, cosa que ya da igual porque se ha nublado completamente y empiezo a tener la sospecha de que va a haber tormenta.


Tanto es así, que la cosa se empieza a poner bastante fea y apenas me pongo a hacer fotos, ya que decido apretar bastante para intentar ponerme sobre seguro llegando a Prades cuanto antes.


En la cima me caen dos gotas de esas gordas que avisan de que viene una buena. Me pongo el chaleco cortavientos por si acaso y me lanzo a toda pastilla, con cuidado en un tramo con el asfalto en obras en el que hay mucha gravilla suelta.


He librado en la bajada y veo que podré llegar a Prades sin mojarme. Apenas llevo 120km y me da pena tener que parar tan pronto en una etapa en la que me veo muy suelto.


Relleno bidones en un parque del centro y meriendo algo. Al mismo tiempo, miro a ver si hay algún sitio en el que poder dormir ante la fuerte amenaza de lluvia, pero como no lo encuentro, decido continuar hacia la costa con la esperanza de que la tormenta vaya por detrás.


El terreno descendente hacia la costa hace que coja una velocidad de crucero muy buena y más cuando empieza a soplar el viento del norte con predominio favorable, aunque algunas rachas me peguen completamente de cara y me frenen en seco. Miro para atrás y las nubes asustan, unidas a los truenos que ya se empiezan a escuchar muy cercanos.


A pesar de que ruedo cerca de 40km/h con todo a favor, las nubes negras me adelantan y tengo que encender las luces porque, en un momento, a pesar de ser las seis de la tarde, se vuelve completamente de noche.


Llego a Thuir y la carretera circunvala la población, por lo que no hay razón para meterse si quiero llegar hoy hasta el mar, pero nada más tomar esa errónea decisión empieza a llover con muchísima fuerza y me tengo que meter en un supermercado que hay a las afueras, un hiper que no tiene zona techada salvo en el interior, donde todos los clientes se agolpan con sus carros llenos sin atreverse a salir. Ahí tengo que quedarme, junto con los clientes, por más de una hora, viendo cómo caen chuzos de punta y unas bolas de granizo que te cagas. La gente va saliendo como puede, con el suelo inundado. Van acercando los coches a la puerta y descargan los carros tirándolo todo en el maletero. Mientras, yo le miro al de seguridad como rezando por que no cierre, ya que no tengo dónde meterme. Pero llega la hora de cerrar y tengo que salir.


Parece que se alinean los astros o vete a saber qué, pero para de llover por un instante en el momento en el que sale la última trabajadora y el de seguridad me mira de aquella manera. Me pongo toda la ropa que llevo porque ha refrescado una barbaridad y ni me lo pienso, hasta el mar aunque llegue de noche. Pero no llevo hechos ni dos kilómetros cuando empieza a llover otra vez con muchísima fuerza y tengo la inmensa fortuna de tener a un lado un Lidl, que estos siempre tienen zona techada para los carros. Allá que me meto, se acabó la etapa, no puedo tentar otra vez a la suerte. Meto una moneda en una fila de carros para coger unos cuantos y ponerlos en la más exterior para hacerme un sitio y para crear una barrera contra el viento racheado y, al mismo tiempo, para que nadie me vea. ¡Y hasta mañana!

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4 Comentarios

  1. Has hecho la foto cartel de Pailheres, la más representativa de este puerto. Me refiero a la segunda foto antes de la de Mijanés. Es más bonita la vertiente este, ¿no?
    Una lata de fabada a la hora de más calor. Supongo que no te haría falta calentarla.
    ¿A qué olía a tu paso por Roquefort?
    Tuviste suerte con las tormentas. Menos mal.

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    1. Sí, la de las curvas con quitamiedos de piedra. Es 'la foto' de este puerto. Esa vertiente es mucho más bonita, es la que hice para el BIG la primera vez que lo subí. Pero para ser un 2000, Pailhères se me queda muy pobre.

      Roquefort no olía a nada, no es el de los quesos que está en Aveyron, junto a Millau, unos 200km más al noreste, jejeje.

      Lo de las tormentas lo cuento en la etapa 7. Suerte relativa, porque tuve que cambiar la ruta.

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  2. Ah, no sabía que había otro Roquefort. En Madrid, el pueblo de Villarejo de Salvanés tiene una fábrica de galletas Cuétara. Cuando nos acercamos al pueblo y el viento sopla hacia nosotros, el olor a galletas es tremendo.

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    1. Sí, igual hay diez o doce. Significa Roca Fuerte, y en el sureste francés hay mucho pueblo colgado de un peñasco. Es una zona donde la fuerza de los ríos que bajan de Alpes, Pireneos y Macizo Central han erosionado mucho el terreno creado grandes desfiladeros (Gorges). Me imagino que como en España habrá un porrón de Villasecas y cosas así.

      Aquí tenemos la de Artiach en Orozko y pasa lo mismo. Volviendo hacia Bilbao por Llodio siempre hay aire de cara y es tremendo. Aunque lo peor son los domingos al mediodía con los chuletones de las sidrerías. Eso no hay quien lo soporte, jajaja

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