TRANSPIRENAICA
07: Thuir - Olot

  8 de agosto de 2018  

Hoy toca llegar al Mediterráneo en esta Transpirenaica en bicicleta de carretera que, todo sea dicho, está saliendo a las mil maravillas. Se confirma que este tipo de viajes hay que hacerlos sin ninguna presión, sin tiempo límite que te obligue a realizar un determinado número de kilómetros de forma inamovible, como siempre había hecho. Creía que ayer tocaría mar pero, por culpa de una tormenta impresionante, me quedé a escasos kilómetros. El primer objetivo está a punto de cumplirse.

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TRANSPIRENAICA 07 Thuir 142 km 1855 m+ IR



A las cinco de la madrugada empiezan a llegar trabajadores del Lidl y eso hace que me despierten. Se quedan un poco alucinados viendo a un tío durmiendo en la zona de carros pero no me dicen nada, con lo que me voy incorporando poco a poco. Madrugar tanto hace que sea el día más tempranero de todos, lo que viene muy bien para poder rodar bastante sin los rigores del calor. Desde que coroné Pailhères me encuentro en la vertiente mediterránea de Pirineos y solo se oye a la chicharra. Es curioso cómo casi toda la franja norte de la cordillera desagua en el Atlántico y la sur hace exactamente lo contrario.


Me voy a poner en marcha y, al encender el GPS, el maltrecho botón desaparece en el interior y ya no lo voy a poder encender nunca más. Este Garmin Dakota 20 me ha durado exactamente cuatro años. Bien es cierto que con un uso exhaustivo, pero estos aparatos no deberían durar tan poco. En doce años que llevo andando en bicicleta, ya he jubilado un Oregon 400 y dos Dakota 20. Creo que va siendo hora de sopesar un abandono de Garmin porque sus dispositivos no me duran nada, cuando deberían ser para toda la vida. Estoy tan contento con el Polar V800 que, tal vez, espere a ver qué saca la marca finlandesa para usar mapas, aunque para estos viajes necesito que funcionen con pilas y eso solo lo hacen los GPS de montaña. Veremos, ahora no tengo prisa y puedo mirar bien qué hay en el mercado.


El caso es que la rotura del GPS hace que tenga que ir a ciegas lo que resta de viaje, cosa que tampoco me importa mucho porque me conozco todo el camino y solo lo he encendido en algún que otro cruce en carreteras secundarias antes del col de Jau en el Ariége. De Plentzia a Saint Girons no lo había activado ni una sola vez, con lo que estoy cargando con varios juegos de pilas de recambio sin haber gastado ni siquiera el primero.


El camino hacia el mar Mediterráneo es favorable, con buena carretera y sin el tráfico de ayer por la tarde. He partido tan temprano que puedo disfrutar del amanecer y, al ver el mar, completo mi Transpirenaica en bicicleta de carretera por primera vez tras varios intentos. ¡Objetivo cumplido!


Transito entre viñedos y bodegas de cava, sobre la línea del TGV y sobre la autopista poco antes de llegar a Argèles sur Mer. Hasta aquí me hubiera gustado llegar ayer para terminar la etapa en la playa pero no pudo ser.


La población costera es circunvalada por una autovía y una señal de prohibición de bicis me escupe hacia una deteriorada vía de servicio donde tengo que rodar muy despacio por miedo a que algún bache haga que se desajuste la parrilla.


A partir de ahí, me meto por la llamada Route des cols, una carretera auxiliar que, para llegar a la frontera española, va pasando por todos los altos de la franja costera.


El primer alto que me encuentro es el col de La Serre desde Collioure. Se trata de la vertiente norte de la dura subida a la Tour Madeloc, el último BIG pirenaico y una magnífico mirador sobre el mar Mediterráneo. La dirección que hay que seguir es la del col de Mollo, perfectamente señalizado.


Se abandona la carretera para adentrarse en una pista asfaltada que sube al col de La Serre. En total, son cinco kilómetros de subida, aunque solo estos dos finales superan el 7% de pendiente media.


Coincido con varios ciclistas en este tramo, casi todos ellos catalanes. Estamos en agosto y me imagino que todos ellos de vacaciones por la zona. Aunque hay algún tramo de doble cifra puedo subir cómodo porque ya solo llevo comida para hoy y para desayunar mañana.


Corono el col de La Serre y la carretera continúa hasta Tour Madeloc por otro tramo aún más duro pero me encuentro en una encrucijada de caminos y decido no seguir hacia arriba porque ya se ve todo lo que falta y la otra vertiente ya la conozco del BIG. Me llama más seguir la pista asfaltada que sale en dirección a Port Vendres para ver qué hay por ahí. Es de esos cruces donde habría echado mano del GPS pero me tengo que conformar con seguir mi instinto y tirar a ciegas, sin saber por dónde terminaré.


La carretera baja hasta el col de Mollo y luego sube un poquito hasta el col de Perdiguer. Es una zona muy escarpada, con múltiples colinas y hay varios collados entre ellas.


La dirección de la carretera no ofrecía muchas dudas y ahí abajo tengo Port Vendres, hacia donde desciendo para empalmar con la carretera de la costa y seguir la Route des cols.


En este periplo costero voy pasando por diferentes poblaciones. La primera es Banyuls sur Mer, donde decido parar para comer algo.


Junto a la playa de piedras tan característica de la zona y que contrasta con las de fina arena del Cantábrico, hay un parque y una buena fuente para llenar bidones y lavar los cacharros después de cocinar un arroz con tomate. Pensaba que la comida me duraría seis días pero va a durar siete y algo más, tal es el peso que arrastraba desde el principio.


Apenas oigo hablar francés. La mayoría de gente lo hace en español y algunos en catalán, ya que parece que todo sean turistas llegados del sur de Pirineos.


Me vuelvo a poner en marcha y a ascender pequeñas cotas, ya que el tramo hasta Llançà está repleto de subidas y bajadas entre cada una de las poblaciones costeras. Sigue haciendo muchísimo calor pero, por suerte, junto al mar es menos asfixiante.


Corono el Cap Rederis con vistas del litoral, seco y amarillo. Que los lugareños me perdonen pero es que no hay ni punto de comparación con el mar Cantábrico y con todo el litoral Atlántico por extensión. ¡Esto es feo de cojones! La chicharra campa a sus anchas y es lo único que se oye, cuando en la costa cantábrica el único sonido es la rompiente de las olas contra las rocas. Buff, me entran muchísimas ganas de empezar la vuelta. ¡Quiero volver a mis playas nudistas! ¡Quiero escuchar las olas tumbado sobre fina arena bajo los verdes acantilados! ¡Vaya bajón!


Creo que es el peor momento psicológico de todo el viaje. Con el objetivo de hacer la Transpirenaica cumplido, con todos los grandes puertos hechos, con los verdes paisajes del norte saboreados, ..., pensar ahora en la vuelta por el sur... y lo lejos que queda...


Llego a Cerbère y ya solo me queda la subida al coll dels Belitres para entrar en España. A partir de aquí, los cols se convierten en colls. Lo más destacable de la zona es la pedazo estación de ferrocarril fronteriza.


El coll dels Belitres no llega a los cuatro kilómetros, muy suaves todos ellos. La mayor parte de la subida la hago bajo un cielo nublado, ya que se están agolpando las nubes sobre el Pirineo desde muy temprana hora de la mañana. Tiene pinta de que vienen unos días con tormentas y ya sabemos lo que es esta zona cuando el cielo se pone tonto.


Corono junto a la antigua aduana en ruinas y la vertiente española aparece soleada. He cruzado Francia sin necesitar comprar comida pero ahora empieza a ser una de mis prioridades, ya que solo tengo para hoy y para desayunar mañana.


Llego a Portbou y me voy directo a la oficina de turismo que hay en un parque del centro, donde también tengo fuente para refrescarme un poco y cambiar el agua del bidón. Ahí me atiende una chica muy maja que me regala un mapa turístico de Girona que necesito para ver el cruce que debo tomar para coger la carretera del coll de Horts que me devuelve a Francia para hacer después un último paso a España por el col d´Ares. Es la ruta que seguí en la Barcelona-Lourdes que hice hace varios años y que me parece lo más interesante para una Transpirenaica pura.

La oficina de turismo también ofrece wifi gratuito para visitantes y puedo revisar la predicción meteorológico para la zona, con fuertes tormentas para los próximos tres días en el Pirineo oriental. Es algo que me preocupa mucho porque sé cómo se las gastan las tormentas en este lado de los Pirineos y yo no he venido preparado para el agua, sin ninguna prenda de Goretex en las alforjas ni ropa para cambiarme si me calo. La chica me dice que la tormenta de ayer causó estragos en la zona, algo que no me extraña viendo cómo tronaba en Thuir y el espectáculo nocturno que pude disfrutar en forma de truenos y relámpagos hasta que me venció el sueño.


Salgo de Portbou hacia Llançà algo preocupado y sin saber qué decisión tomar. Puedo seguir con la ruta tal y como la tengo ideada o buscar una alternativa más al sur, con puertos prepirenaicos, por si las moscas. Entre pensamiento y pensamiento, el coll de Frare se me pasa enseguida, con sus tres kilómetros y medio al 5% que se añaden al desnivel de la costa, que ya va siendo importante para no subir ningún puerto de verdad.


Llego a Llançà y en la salida hacia Figueras hay un gran supermercado en el que me meto para rellenar las alforjas. Iba a comprar para toda la vuelta pero, en un ataque de lucidez, veo que no es necesario y que es suficiente comprar comida para estar cubierto por dos días, ya que siempre habrá supermercados en el camino para poder dosificar un poco la carga. No hace falta que vaya cargado como una mula como hice en las primeras etapas del viaje.

Compro una barra de pan, algo de embutido, chocolate, plátanos, un par de yogures para comer ahora, alguna lata de lentejas, ... El caso es que vuelvo a meter peso y paro en un área recreativa de la carretera de Figueras para dar buena cuenta de una buena comida. Preparo el hornillo y en eso que llega un camionero y, como las demás mesas están ocupadas por parejas y familias que descansan del viaje, me dice si no me importa que se siente en mi mesa para comer.

Por supuesto que no me importa. Es más, en estos viajes se agradece tener charla espontánea. El tipo es un viajante que recorre toda la zona norte de España y tiene mucha conversación por su extenso conocimiento geográfico de la zona que voy a transitar. Mientras da buena cuenta de sus tuppers de ensalada y tortilla de patata, vamos hablando de esto y de aquello, hasta que toca mi ruta y el chaval me aconseja que huya del Pirineo los próximos días y que ni se me ocurra ir esta tarde hacia La Molina por Horts y Ares, que ahí va a caer lo más grande en apenas dos horas.

¡Joder! Si es que el tío tiene razón. Solo hay que mirar a ambos lados de la carretera para comprobar que el sur está despejado y que las montañas ni se ven. Es entonces cuando saco el mapa que me han dado en la oficina de turismo y trazo una ruta alternativa, siguiendo por Figueras y llegando hasta Olot. Tras comer muy a gusto, nos despedimos y me pongo en marcha por la tachuelilla del coll de Montperdut.


Llego a Figueras con un calor insoportable. Si ya en el Ariège hacia un calor tremendo, lo de esta vertiente sur de Pirineos no tiene nombre. Encuentro alguna fuente en un paseo arbolado y las tengo que descartar todas porque el agua sale muy caliente.


Estoy a punto de infringir mis propias reglas y de entrar a algún bar para pedir agua cuando llego al museo Dalí y encuentro una fuente con agua algo fresca en una de las esquinas del edificio, junto a la estatua de Gala. Allí se agolpan decenas de turistas bebiendo como vacas, cosa que hago yo también cuando llega mi turno.


Salgo de Figueras rumbo a Olot y, a pesar de ser primera hora de la tarde, las tormentas ya están aquí. Se empiezan a oír truenos y me cae alguna gota suelta. Si llego a tirar para las montañas, ahora mismo estaría en serios apuros y me alegro una barbaridad de haber tomado esta sabia decisión de virar la Transpirenaica hacia el sur.


No me pienso complicar lo más mínimo. En cuanto lo vea mal, a parar. No tengo prisas y me da lo mismo hacer más que hacer menos, con lo que me voy marcando objetivos parciales. Venga, a ver si llego a Besalú.


Lo malo de haber virado hacia el sur es que los paisajes se vuelven áridos por momentos y las carreteras con largas rectas se tornan monótonas y aburridas. Lo bueno es que me acerco al Cantábrico mucho más rápido, ya que los kilómetros caen uno tras otro sin mucho esfuerzo.


Llego a Besalú y hay dos señores comiendo en la terraza de un kebab y me acerco a preguntarles qué opinan, si me dará tiempo a llegar a Olot antes de que se pongo a caer la mundial. Me animan y me dicen que sí, que aún tengo dos horas antes de que la montaña escupa de todo, pero que no me entretenga mucho, así que salgo disparado hacia Olot sin mirar atrás.


Según voy avanzando por la vía de servicio de la autovía del Eje Pirenaico, el día se va oscureciendo y empieza a mostrarse una situación muy amenazadora, cayendo unas gotas al paso por Castellfullit de la Roca, población que hace buen uso de su nombre al encontrarse sobre un peñasco.


Desde ahí se inicia la subida a Sant Cosme, ya con Olot como objetivo final, a solo cinco kilómetros. Llegando al alto se pone a chispear y tengo suerte de encontrar una discoteca abandonada a la entrada, con un techado perfecto para poder establecer el dormitorio para esta noche.


Apenas llueve durante media hora, limpiando mucho el ambiente y dejando ese aroma a ozono que generan las tormentas de verano y que hace que se respire tan bien. Es tan pronto que no he montado el tenderete aún, así que me doy un paseo por Olot buscando una fuente para cenar, lo que hago en una de las calles peatonales del centro, junto a la oficina de turismo, sentado en un banco mientras la gente pasea por delante. Como no tengo GPS y la ruta no es la que tenía prevista por las montañas más próximas a Andorra, pido un mapa en la oficina pero no tienen ninguno que no sea de Girona en el que se vean las carreteras que van más allá de Ripoll, a donde tengo claro que iré mañana subiendo Canes-Coubet. Aprovecho el wifi libre para ver la predicción meteorológica de mañana y la cosa pinta parecida, así que no me conviene tirar de Ripoll hacia Ribes de Freser y retomar la ruta inicial. No sé, ¡ya veré mañana! Por de pronto, hoy me vuelvo a la discoteca abandonada que es un buen sitio para dormir temprano.

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2 Comentarios

  1. ¿Bajón? ¿Echas de menos el Cantábrico? Ven al sur madrileño. El canto de las chicharras (canción del verano) es polifónico. Los marrones y amarillos pululan por doquier. Por aquí, solo en las primeras horas de la mañana, con el olor del relente, se puede rodar en bici con cierto placer. A partir de las 11:00, a esconderse a la sombra, jeje.
    Según leo, me pregunto por tu plan de alimentación si solo te quedan alimentos para día y medio. Ya veo que tienes que empezar a comprar.
    Te han adornado las carreteras con lazos amarillos, según veo.
    Otro día que te libras de mojarte. Veremos mañana.

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    1. Estando en el Tourmalet no, pero cuando lo que veo me parece feucho, pues sí, claro que echo de menos el Cantábrico. Y más si hay comparación directa: las playas, los acantilados, las olas del mar, el verde de las praderas, la arquitectura de los pueblos, hasta el matiz del cielo, ..., es que no hay color. Y lo de la chicharra no lo soporto, no hay cosa más desagradable.

      Atravesé Cataluña por la franja más independentista, así que esos lazos de la carretera no son nada. En todos los pueblos había decenas por todas partes (carreteras, paredes, farolas, balcones, ...). Aquí también somos campeones del mundo en eso y hemos situado el listón a una altura imbatible, así que no es algo que me llamara especialmente la atención.

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