Entre Liubliana y Máribor

7 de agosto de 2019  

Pues ya estoy en un nuevo país: Eslovenia. La llegada al primer puerto del día la hago accediendo casi a la cima por una carretera secundaria que acaba casi arriba, con lo que me quedo a dormir en un aparcamiento que hay en pleno puerto, junto a un restaurante, con idea de empezar bajando hacia Stahovica.




La subida a Črnivec es fácil, con diez kilómetros al 4'5%. La carretera se adentra en una zona boscosa, con algunas curvas enlazadas pero sin demasiada historia.


Salvo en una zona de herraduras, las vistas son casi nulas. Voy haciendo camino entrando en calor, pasando por una zona con un par de casas. Se ve que hay un buen nivel de vida en un país con una economía muy cercana a la española, la mejor de largo de los países que salieron de la antigua Yugoslavia.


Me cruzo con un carruaje curioso en el que viaja una familia muy alegre. Me saludan todos los componentes del grupo. Da gusto cuando el recibimiento de las gentes de un país es tan agradable.


Y en nada estoy ya en la cima del puerto. Ha sido una ascensión muy sosa para un viaje de este tipo pero me estoy alejando de la franja alpina y me encuentro en una zona entre cordilleras, con montañas más suaves.


Me desplazo hacia Zrece para hacer una subida de un poquito más de enjundia: Rogla. Son quince kilómetros al 7%, superando los mil metros de desnivel.


El inicio es casi llano hasta llegar a una línea de salida pintada en el suelo. A partir de ahí, el puerto es un puerto bien majo.


Debe tener algún prestigio esta subida porque hay varias pintadas en el suelo, como indicando que pasa una marcha o alguna carrera por él.


Voy ganando altitud pasando por amplias praderas y algunos núcleos de población muy cuidados. La impresión sigue siendo la de que la gente vive bien en este país.


De forma constante, con porcentajes mantenidos en torno al 8%, sigo avanzando hacia la cumbre de una montaña con la curiosidad de ver qué me encuentro en su cima.


En la cima me encuentro con una zona de apartamentos en lo que parece ser una estación de esquí que ronda los 1.500 metros de altitud. Hay varios vehículos aparcados y entre ellos me llama la atención una furgoneta con matrícula española, a la que llega en ese preciso momento una pareja.


Junto a unas instalaciones deportivas me encuentro con una iglesia con un diseño muy curioso, en forma de cono. El lugar es muy agradable pero se están formando unas nubes negras que me aconsejan salir disparado.


Tengo la oportunidad de saludar a la pareja, que resultan ser dos catalanes muy majos que están de turismo por el país y que me hablan mil maravillas de él. Me despido rumbo al este, hacia Maribor, donde me espera el Mariborsko Pohorje, una subida de diez kilómetros pero que todo indica que tiene pista de tierra en la parte final.


Son diez kilómetros al 8% que empiezan con dos kilómetros por encima del 11% que ya te ponen en situación. Es un puerto muy rural, por una carreterita estrecha que se adentra en el monte, entre diferentes casas.


Hay un momento en el que me encuentro con una pista pero no me cuadran las distancias, así que reviso los mapas en el GPS y veo que el track está mal tirado, hallando una opción un poco más atrás de seguir subiendo por asfalto.


Hasta que un enjambre de bifurfaciones y pistas asfaltadas me sitúan en una altitud que ya se ajusta más a lo que debería ser el final del asfalto y termino con unas buenas vistas del núcleo urbano de Maribor.


Terminado este tríptico de subidas del este de Eslovenia, cruzo todo el país de norte a sur hasta llegar a Croacia, país que no es miembro del espacio Schengen, lo que me obliga a pasar por el control de fronteras. Tampoco tienen euros, así que lleno bien el depósito de gasolina en la última localidad antes de cruzar para no tener que gastar ni un duro ahí. He dejado lo mejor de Eslovenia para la vuelta y un nuevo país se suma a la lista. Allá voy.

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