Acantilados Blancos de Dover

Anoche llegué a Dover a la una de la madrugada. Había una fila de camiones de más de diez kilómetros pero dejaban un carril libre para los coches y pude adelantar hasta el ferry. Al entrar en las instalaciones del puerto, después de un buen rato de espera, me tocó pasar por la inspección policial. Me hicieron sacar todo del maletero y revisaron hasta el motor minuciosamente. Luego, ya en Bilbao, me he enterado de que ha habido movida en Calais con polizones y que ha habido algún que otro muerto, con conflicto diplomático incluido entre Francia y el Reino Unido. El caso es que, después de todo el embrollo, llego a la barrera y me dicen que mi billete es para dentro de dos noches y que no hay posibilidad de cambiarlo.

XTREM CAT 1 CAT 2 CAT 3 CAT 4


White Cliffs Dover 30 km 450 m+ IR

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Entre el viaje y la movida de los muelles, me han dado las tres de la madrugada y, para cuando encuentro un sitio para aparcar en el centro de Dover, ya son casi las cuatro. Como no tengo más planes y me voy a estar dos días por aquí, me quedo durmiendo a pierna suelta hasta las doce del mediodía. Llevo tres semanas sin parar y me hacía falta.


Decido mover el coche hasta un sitio más tranquilo y busco el Tesco de turno que está en la parte alta. Me pega un buen apretón y voy a los baños. Hace mucho tiempo que no cago en un inodoro porque siempre encuentro sitios en ruta, con la mala suerte de que está atascado y no me doy cuenta, dejando un plastazo que te cagas, con inundación incluida. Una cerdada de la ostia para la que no tengo más solución que no volver a aparecer por ahí, nunca jamás, ni para pillar wifi gratis. Suerte que mañana por la noche abandonaré el Reino Unido. Creo que una cagada como esta podría ser motivo de extradición.


Desciendo hasta la cota cero metido por unas calles residenciales y tomo la carretera que sube hacia el castillo de Dover. Con lo petada que está la carretera de acceso a los muelles, por aquí no anda nadie.


La pendiente es suave y solo hay que ascender cien metros. El castillo ya lo tengo a la vista y me meto por una pista asfaltada para acceder a él, cosa que no puedo hacer porque hay barrera de peaje. Me conformo con verlo por fuera y sigo camino por la carretera de St. Margaret.


La carretera sigue casi desierta. Tan solo me encuentro con algún turista y con un autobús que trae a unos cuantos más. Desde este punto elevado hay que descender hacia la entrada de los White Cliffs.


Me meto por esta carretera que va a unos aparcamientos y me encuentro con otro puesto de peaje. Como voy en bicicleta, me dicen que puedo pasar.


Debajo quedan los muelles donde anoche me tiré ahí varias hora. En un ratito salen y entran varios ferris puesto que tiene un tráfico marítimo considerable.


Sigo de frente hasta que la carretera termina en un aparcamiento y me encuentro con una pista medio asfaltada por la que se puede seguir sin ningún problema.


Casi sin subir nada, me voy acercando a unas antenas y empiezo a vislumbrar los famosos acantilados blancos. En este tramo me cruzo con bastante gente que va caminando.


Vuelvo para atrás en cuanto veo que la pista no me va a llevar a ninguna parte y soy testigo de la conversación que tiene una madre con sus niños. Para los ingleses, estos acantilados forman parte de sus señas de identidad y tienen un gran valor simbólico, ya que les otorgan un papel clave en la defensa de la isla a lo largo de los siglos. Según ellos, son diferentes gracias a estos acantilados y, dado el tono que transmite la conversación, entiendo que ser especial lo acompaña de un toque peyorativo a lo europeo continental.


Decido dejar a los ingleses con sus 'rarezas' y sigo por la carretera de St. Margaret. Desde este punto tengo una vista general del castillo de Dover.


El contraste de colores en esta zona es mayor que en ninguna otra. Además del verde de las praderas, me encuentro con algún que otro campo de cereal. Si no fuera porque tengo el canal de La Mancha a un lado, podría confundirme con Castilla La Mancha.


Sigo sin cruzarme con nadie. La carretera se mantiene desierta hasta llegar a St. Margaret y empiezo a toñarme bastante. No tengo ningún objetivo y llevo tantos días montando en bicicleta que estoy por darme la vuelta y dejarlo ya.


Y así lo hago. Me doy media vuelta con pocas ganas de seguir sin rumbo fijo. No me llama para nada seguir con este paisaje tan plano. Si fuera de otro sitio, quién sabe, pero siendo de Bilbao estoy acostumbrado a ver acantilados mucho más altos, mucho más abruptos y con un enorme y fabuloso contraste montañoso a las espaldas mientras miras hacia el océano.


De regreso en Dover, decido meterme de nuevo por una de las pistas del castillo. Me topo con la consabida barrera, me adelanto unos metros y me echan mientras saco unas fotos de la entrada.


Desde el alto del castillo, me bajo hasta la playa y sigo por el paseo hasta el puerto deportivo. La playa no es de arena, sino de piedras. De todas formas, el agua tiene que estar que jode por estas latitudes.


Se ha levantado un poco de aire y hace bastante fresco. Creo que me rindo, que ya no voy a dar más pedales. No me apetece nada.


Por no volver por el paseo de la playa, me meto por la carretera principal y me encuentro con la hilera de camiones. La vista no me alcanza para ver el final porque es kilométrica las 24h del día.


Cruzando de nuevo las calles, me he encontrado con varios spidermans con carteles publicitarios de una pizzería. Me ha llamado mucho la atención en el Reino Unido ver trabajos, ya no precarios, sino casi indignos. Son muy habituales los lavacoches a mano donde cinco o seis personas de origen hindú le friegan el coche a un yuppi con maletín. Eso no lo he visto en ningún otro lugar de Europa. En pleno siglo XXI solo hace falta que vuelvan los limpiabotas callejeros.


No puedo volver al Tesco, al lugar del crimen, así que opto por mover el coche a un lugar más tranquilo y con mejores vistas aunque no vaya a pillar wifi. Me quedan la tarde de hoy y todo el día de mañana para descansar porque no pienso moverme de esta pradera. Falta me hace porque el viaje de vuelta se hará duro. Irlanda y Reino Unido han pasado a la historia. 

Viaje de vuelta: Llego con el ferry a Dunkerque y me pongo en marcha. Hay un tramo de autopista gratuita hacia Calais y oigo sirenas de policía. Un coche de la Gendarmerie se pone a mi lado y me hace señales, me adelanta y me marcan con la mano y con los intermitentes que tome una salida, llegando a un descampado donde paramos. Sin testigos, me acojono bastante cuando bajan tres policías. Me hacen descargar el maletero y, mientras uno me revisa el coche de arriba a abajo, los otros dos no paran de hacer preguntas del tipo de a dónde voy, de dónde vengo, qué he hecho en Inglaterra, en casa de quién he dormido, ... Soy de Bilbao y estoy acostumbrado a este tipo de preguntas por parte de la Guardia Civil, así que saco la tablet y empiezo a soltarles una chapa increíble de puertos y rutas, kilometraje, desniveles, ..., cualquier cosa que me distraiga del mal rato que estoy pasando en un sitio en el que me pueden dar de ostias y robarme todo sin que nadie se entere. Por fin terminan el registro, dan por buenas mis respuestas y me dejan marchar sin ni siquiera indicarme cómo puedo volver a la autopista. ¡Vaya mal rato!

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