La península de Dingle

Estos días en el suroeste irlandés están resultando muy entretenidos. Cuando es así, cuando se está a gusto en un sitio, casi da pena tener que irme hacia otra zona. Pero todavía me queda recorrer la península de Dingle antes de enfilar la isla hacia el norte.

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La península de Dingle Tralee 105 km 1050 m+ IR

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Al terminar la etapa de hoy, a diferencia de estas dos jornadas tan tranquilas, voy a tener un traslado importante, así que empiezo el día a primera hora para estirar bien la luz natural.


Esta vez voy a hacer el recorrido circular en sentido horario. Inicio la etapa con una suave subida a Gortbrack, una tachuela de seis kilómetros por debajo del 3%, perfecta para calentar.


Dejo atrás la población de Castlemaine y, en el km.25, vuelvo a tocar el océano. Van a ser muchos kilómetros completamente llanos siguiendo la línea de costa.


Para un animal cantábrico como yo, el Océano Atlántico es como de la familia y me siento muy bien rodando a su vera. No me gusta rodar en llano pero, si es a la orilla del mar, no tiene nada que ver.


Voy cuarenta kilómetros y, cuando quedan quince más para llegar a Dingle, la carretera gira hacia el interior obligada por la orografía del litoral.


Estos pocos kilómetros interiores son un continuo sube y baja, incluyendo alguna herradura para salvar algo de desnivel.


Me hace gracia ver las pintadas en la carretera. A un 'slow' le sigue un 'very slow' y espero encontrarme un 'slower coño' que nunca aparece.


Con las montañas siempre a la vista, solo espero entrar en Dingle para enfilarlas definitivamente.


En Dingle se inicia la subida a Connor Pass. Como todos los puertos de esta zona, se trata de una ligera tachuela pero con paisaje sorprendente.


Son un par de kilómetros con pendiente inapreciable para dar paso a cinco más que superan el 6-7% que dejan el puerto con unos números interesantes para lo que se ve por aquí.


Dingle va quedando atrás, oculta entre las pequeñas lomas. El paisaje costero es precioso, con unas praderas verdes impresionantes.


A punto de coronar, unas nubes cubren la montaña. En cuanto llegue a la cima, supongo que podré disfrutar de unas enormes vistas de la costa norte de esta península.


Pero mis expectativas se ven ampliamente superadas y, a las vistas de la costa que ya preveía, se le une un valle inmenso con tres lagos que resulta ser de una plasticidad enorme.


Me tomo el descenso con toda la calma que merece el entorno, esperando a que salga un pequeño haz de luz solar que haga que el verde luzca como se merece.


En una curva me encuentro con una cascada que no imaginaba desde arriba, al quedar oculta en el interior. Hay una parejita haciéndose fotos y me tengo que esperar un buen rato. Obviamente, no me importa. El sonido del agua es muy relajante.


Han sido diez kilómetros de suave bajada y ya me encuentro otra vez junto al mar. Las olas rompen en la orilla con una suavidad que no corresponde a lo que debe ser esto en otra época.


Me quedan treinta kilómetros completamente llanos hasta Tralee. Llanos y solitarios porque hay muy poco tráfico en esta carretera, a diferencia de lo que me había encontrado en las otras penínsulas, más frecuentadas por turistas.


La entrada en Tralee la hago por la carretera paralela a un canal artificial que se adentra en la localidad. Hay unas barreras, con una especie de aduana, aunque yo paso en bicicleta sin ningún problema.


Otra etapa sin excesivo desnivel pero sumamente entretenida. El suroeste irlandés es, por ahora, lo que más me ha gustado del viaje. Ahora... rumbo al norte.

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