El corazón de los Alpes Marítimos

Llevo cinco días de rutas por el sudeste francés y al sexto, por fin, tengo diseñada una etapa circular de características alpinas, con puertos enlazados de gran distancia y desnivel que suman algo más de cuatro mil metros. He dormido en un estacionamiento pequeño que hay junto al puente de Saint Jean la Rivière y el despertador suena a primera hora para aprovechar toda la luz del día.

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Alpes Marítimos St Jean Rivière 162 km 4000 m+ IR

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Metido en las montañas no hace el calor de la costa y lo he notado por la noche. Salgo con 4ºC por esta carretera encajonada entre moles, donde el sol se ve incapaz de penetrar para calentar el valle del Vésubie.


A partir de Lantosque serán más de veinte kilómetros de subida para acometer el col de Saint-Martin, a los que hay que sumar una aproximación de casi diez más, salvando más de mil metros de desnivel con pendientes llevaderas, perfecto para ir calentando poco a poco en esta fría mañana.


Se suceden los carteles de la Ruta de los Grandes Alpes, que empiezan o acaban en Niza, lo que me va preparando mentalmente para lo que se avecina.


Llego a Lantosque y el puerto empieza de verdad, yendo siempre de menos a más. El sol ya entra en el valle y empieza a calentar, aunque no me sobra nada todavía.


La subida responde al patrón alpino, siendo de una distancia superior a los veinte kilómetros y carente de porcentajes de doble cifra, lo que hace que nunca se tenga sensación de ir apurado pero que va lastrando las piernas pedalada a pedalada, hasta el punto de hacerse pesada.


Pero todos los puertos nuevos tienen ese plus que hace que sean más llevaderos gracias al factor sorpresa de cada curva.


Empiezo a disfrutar de picos nevados estando por encima de los mil metros de altitud. No me cruzo con absolutamente nadie en toda la ascensión. Es jueves y la ruta de los puertos no es la más indicada para ir al trabajo.


La cima del col de Saint-Martin, también llamada La Colmiane, es bastante decepcionante. Se trata de una estación de esquí con los típicos apartamentos vacíos fuera de temporada.


En plena línea de paso de puerto me siento sobre una pequeña pared para comer algo. El sol ya ha templado y se está de cine. No hay absolutamente nadie y me encuentro en medio de una carretera como si estuviera sentado en una campa en plena montaña.


El descenso es muy rápido. Este tipo de puertos te permite mantener una media más elevada de lo normal en etapas con semejante desnivel gracias a las bajadas tan veloces. Los kilómetros caen rápido y ayuda mucho para la moral ver las cifras avanzando.


La vertiente oeste de Saint-Martin me deja en el valle del Tinée, con un primer contacto muy espectacular. Todos estos valles son muy profundos y las gargantas por las que discurren los ríos son asombrosas.


Remonto el valle a lo largo de cinco kilómetros para llegar a la localidad de Saint Sauveur sur Tinée, donde empieza la subida al col de la Couillole.


Cruzo el río y en el puente inicio otro puerto duro. A lo largo de casi veinte kilómetros me voy a enfrentar a números que mantendrán la media siempre por encima del 7%.


Ya desde el mismo inicio se ve que el puerto es duro y constante, sin lugar al descanso en toda su longitud. A ello se le une el fuerte calor que genera una diferencia térmica terrible con la temperatura de primera hora de la mañana.


Me llevo una gran sorpresa cuando veo carteles con la información de los kilómetros. Es muy entretenido ir viendo la pendiente que te espera en el kilómetro siguiente y voy comprobando la altitud de mi GPS con la que marcan los letreros.


El paisaje se va embruteciendo según voy ganando altitud. Sigo sin cruzarme con nadie, lo que da una idea de lo perdidos que están estos parajes.


El ambiente seco me reseca mucho la boca y el bidón baja muy rápido. Empiezo a tener necesidad de encontrar agua, algo que me temo será difícil en estas montañas.


Encajonada en la muralla pétrea se encuentra la localidad de Roubion, a unos cinco kilómetros de la cima de puerto. Paso mirando detenidamente si hay alguna fuente pero no se entra en el núcleo y no hay nada. A estas alturas ya voy bastante seco.


Queda poco para coronar pero los kilómetros se mantienen con la pendiente constante, sin aflojar nada. Cada vez hace más calor y empiezo a sufrir la dureza del puerto.


Al 8%, al 8%, al 8%, al 8%, ..., llevo un montón de kilómetros iguales y empiezo a jugar con los carteles, mirando únicamente si el siguiente marcará algo diferente. Estoy ya hasta los huevos del puto 8%.


En una de estas, miro al cielo y veo un montón de estelas de aviones. Hace unos días del tema del avión de Germanwings y fue tras estas montañas donde se estrelló. Pensando en ello logro distraerme por un instante de lo pesado que me está resultando el 8%.


Hasta que llego al cartel del último kilómetros, al 8% por supuesto. El col de la Couillole siempre quedará para mí como el puerto del 8%.


A poco de coronar, hay una señal con mucha mala baba indicando un 2%. Eso sí, solo quedan 0,2km para la cima. ¡Es para matar a alguien!


Corono el col de la Couillole en la misma soledad que llevo en toda la jornada. Hay un par de coches aparcados pero no logro ver a nadie.


Apenas me detengo en este alto. Tengo mucha sed y no hay indicios de poder coger agua por ninguna parte, así que me lanzo en busca de alguna localidad en la que poder rellenar el bidón.


Llego a Beuil y ahí estaba metido todo el mundo. Hay unos cuantos restaurantes con las terrazas repletas de gente. También hay unos aseos públicos con una magnífica fuente de la que mana abundante agua fresca con la que puedo rellenar el bidón y refrescarme durante un buen rato.


El descenso de Beuil es muy curioso, con varias curvas de herradura enlazadas que te dejan en la boca de las Gorges Supérieures du Cians. Este tramo es espectacular como pocos.


Las Gorges superiores derivan en las más amplias inferiores, a donde llego rápidamente. Esta vertiente es increíble si no fuera porque hay un montón de túneles que en subida se hacen muy molestos.


El río Cians desemboca en el río Var y sigo su curso durante unos veinte kilómetros. El aire me entra en contra pero, viniendo como vengo de unos huracanes tremendos, lo llevo perfectamente.


Abandono el Var para remontar el río Tinée y llego a Courbaisse. Allí encuentro otra fuente maravillosa donde poder cambiar el agua del bidón, muy recalentada en poco tiempo. Aprovecho también para comer algo y descansar unos minutos antes de acometer la subida final a la Madonne d´Utelle.


Los primeros kilómetros de subida me permiten ganar altitud con rapidez. Empiezo a ver la forma del cañón del valle y a disfrutar de unas buenas vistas.


El calor, las rampas y el desnivel acumulado empiezan a pasarme factura, así que saco más fotos de las habituales para entretener la cabeza mientras doy pedales. El caso es no pensar en la fatiga y seguir como sea.


Llega un tramo de herraduras y éstas siempre son bienvenidas. Voy viendo el trazado en el GPS y es muy divertido ir remontando la ladera siguiendo la línea y observando lo que viene después.


Las montañas se apelotonan por todas partes. Hay tal densidad que el paisaje es muy cambiante cada poco tiempo en función de la perspectiva que se adopta y del punto de vista que se alcanza. Así da gusto.


Son cuatro o cinco kilómetros intensos hasta llegar a La Tour, una localidad que atravieso de cabo a rabo. Vigilo el altímetro del GPS y, por la altitud que llevo, creo que no me quedará gran cosa por ascender.


Pero me equivoco completamente. Del pueblo tengo que descender y pierdo gran parte de la altitud ganada a lo largo de los siguientes tres kilómetros. Estas cosas minan bastante la moral. Hay que volver a subir lo que creía más lo que he perdido.


El paraje por el que me meto es más cerrado y perdido todavía. La carretera sube a escalones, mezclando duras rampas con ciertos descansos pero dejando kilómetros enteros con medias interesantes.


Hasta que, bastante fatigado y con una sed increíble, llego al túnel con el que se corona el puerto. Unos metros antes he tenido oportunidad de ver una construcción en lo alto de la montaña, así que tendré que seguir hacia arriba al salir del túnel.


Unos metros fuera del túnel tengo el desvío que se dirige a la cima, coronada por la ermita de la Madonne d´Utelle. La localidad que da nombre a la virgen se encuentra ahí abajo, en plena vertiente Este del puerto.


No me esperaba una carretera en tan buen estado. Estos añadidos suelen ser pistas descarnadas, llenas de baches y de grava pero, en este caso, está en perfectas condiciones, algo que vendrá muy bien para un rápido descenso.


Va cayendo el sol y los picos sombrean las laderas del valle con rapidez cuando aún quedan varias horas de luz solar. Esto explica perfectamente el frío que hacía esta mañana en la salida.


Me había parecido ver el humo de un incendio y el hidroavión que sobrevuela la zona me lo confirma. Espero que no haya sido nada.


De nuevo disfruto de los picos nevados de la cordillera alpina. Antes de llegar al final, la subida me sorprende con un nuevo paso arbolado, perfecto para refrescarme en esta tarde tan calurosa que ha quedado.


La cima de la Madonne d´Utelle es todo un espectáculo. Hay una explanada junto a la ermita en la que han aparcado una autocaravana y la familia se dispone a cenar al aire libre, con unas vistas escandalosas, tanto de montaña como de costa. Sin duda, un sitio estupendo para apuntarlo para otras historias.


Tengo tiempo y aprovecho bien el sitio, recorriendo de cabo a rabo toda la cima, desde la ermita a la mesa de orientación, contemplando la desembocadura del Var junto a Niza y las montañas nevadas de las cuales obtengo el nombre en el grabado de la mesa. Pero no me puedo quedar aquí y bajo hasta el coche para desplazarme hasta Italia. Mañana haré la etapa más lejana de casa para luego ir volviendo poco a poco y que el viaje de regreso no sea tan duro.

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