Una demanda obligada

Hace tiempo que tengo entre ceja y ceja la idea de hacer el cordal de la sierra de la Demanda desde el collado de Tres Cruces hasta la Cruz de la Demanda. Como quiero probar las nuevas cubiertas para la bicicleta de montaña que voy a utilizar en viajes con alforjas, me pillo el tren hasta Orduña aprovechando que aún me quedan unos días libres.






Aún es pronto y se ve la cima del Txarlazo con la niebla matinal que seguro que me encuentro en la cima del puerto de Orduña.



Y así es. Los dos últimos kilómetros hasta el alto me encuentro con una ligera niebla que no me impide disfrutar de las hermosas vistas de este puerto. La ascensión, con las alforjas llenas, no me supone mayor problema con los desarrollos de la BTT. Esto es lo que busco en viajes largos.



La vertiente de Burgos está completamente despejada. Pensaba que podría pasar algo de fresco en la bajada a Berberana pero, por contra, lo que siento es un enorme bochorno.



Dejo atrás el desvío al Sobrón al entrar en contacto con el río Ebro por primera vez en este viaje y me desvío para ir hacia Miranda de Ebro siguiendo su curso. El paisaje cambia bruscamente y empiezan a prevalecer los amarillos.



Tras recargar con algo de pasta la tarjeta del móvil en una gasolinera, cruzo Miranda de Ebro en busca del alto de Ventilla, ya en la margen derecha del río y rumbo a La Rioja.



En media docenita de kilómetros, apenas voy a ascender doscientos metros en este alto de Ventilla, lo que da buena cuenta de su suavidad. Tan solo los dos últimos kilómetros rondarán el 5%.






A poco de hacer cima, justo al salir de San Miguel, se entra en La Rioja.




La llegada a la cumbre, con un fuerte cambio de rasante en el desvío a Callorigo, me permite contemplar las primeras vistas de los viñedos riojanos en un tablero de polígonos multicolor.




Y Callorigo ahí, bajo esa roca enorme en medio de ninguna parte.



La mayoría de cultivos aún están con las uvas en rama. En nada, me imagino que comenzarán a vendimiar.



Llego a Casalarreina y tomo contacto por primera vez con el río que da nombre a esta comunidad: el río Oja. Remontando su curso me iré acercando a mi destino.




Unos cuantos kilómetros más allá, ya picando siempre para arriba, llego a Santo Domingo de la Calzada. Me encuentro con multitud de peregrinos en su casco antiguo, la mayoría que van en bici.




Aprovecho que encuentro un supermercado y que tienen las baguetes a 37 céntimos para comer junto a la fuente muy curiosa que hay en una plazuela. Así puedo limpiar bien la cazuelita cuando termine.



La temperatura es muy buena aunque lleva todo el día tontorrón pero parece que, de aquí en adelante, puede que termine por asomar el solete.



Con el río Oja como compañero de viaje, pongo rumbo a Ezcaray. El paisaje va mejorando a cada pedalada.





Ya en las calles de la población más turística de La Rioja, cruzo el río para iniciar la subida a la estación de esquí de Valdezcaray.




Los primeros kilómetros de la subida a Valdezcaray son los de mayor pendiente media. Un 7% constante entre un tupido manto de árboles sirven para alcanzar un buen mirador sobre Ezcaray.





Luego ya, la cosa cambia un montón y se convierte en una subida insulsa, con un porcentaje ridículo para una subida de tanto renombre y con un paisaje que no cambia nada desde que se empieza a ir a media ladera.







Casi diez kilómetros tienen la culpa de tanta monotonía. Hay momentos en los que se divisa la vecina subida a la Cruz de la Demanda, mucho más atractiva para el cicloturista.





Han pasado ya las tres de la tarde y veo que se están acumulando nubes en la parte alta del San Lorenzo. Aunque las previsiones eran de buen tiempo, el riesgo de tormentas por la tarde también era alto, así que estoy un poco preocupado por ello.





Los dos kilómetros finales, con la estación ya a la vista, son un mero paseo.






En la parte final, me encuentro con algunos desconchones en la carretera y con un par de máquinas que andan trabajando en la mejora del piso. Hay unos cientos de metros con arena y grava que no me suponen ningún problema yendo con las ruedas gordas.




En la estación me paro para merendar. Me he quedado sin agua y solo tengo una lata de cocacola del supermercado de la comida en Santo Domingo. Pero oigo algo parecido a una cascada junto a una presilla y cómo mana abundante agua limpia de la montaña que ruego se recoge en una acequia. Me da buena impresión y, tras probarla, relleno los bidones para el resto de la jornada.



Nada más salir del aparcamiento de Valdezcaray, el asfalto desaparece camino del collado de Tres Cruces. Se ve que hubo un tiempo en que el asfalto continuaba pero, en la actualidad, solo aparece algún resto cada muchísimos metros.




Esto es nuevo para mí y eso siempre hace que la subida sea más interesante. Las vistas de Ezcaray, que se adivina allá en el fondo del valle, son mucho mejores de lo que lo eran antes.




La pendiente ha subido algo, acercándose de nuevo al 7%, pero sigue siendo bastante cómoda. El piso tampoco aumenta demasiado la dificultad de la ascensión, ya que se encuentra en un formidable estado para la bicicleta de montaña.





Una pista que sale hacia la izquierda nos invita a continuar hasta el techo de La Rioja, algo que quiero hacer en invernal con botas en alguna ocasión, y se empieza a divisar la vertiente sur de la sierra de la Demanda. 





Con más suavidad que antes, con pendientes que rondan el 3%, punto arriba punto abajo, se sigue hasta el collado de Tres Cruces por la pista, cada vez en mejor estado.




Solo estos ocho kilómetros extra que me llevan al collado de Tres Cruces desde la estación de Valdezcaray, bien merecen este viajecito pero, ahora que he llegado al collado, me espera lo mejor: recorrer todo el cordal de la sierra hasta la Cruz de la Demanda.




Desconozco de donde viene la denominación de collado de Tres Cruces. He estado mirando por los alrededores y no he conseguido ver ninguna cruz, aunque Cruz de la Demanda me da una pista de que por aquí tuvo que haber cruces en algún momento. Otra posibilidad es el cruce de caminos de la cima: a la izquierda sale un ramal que se dirige al San Lorenzo y/o La Valvanera; la central, hacia San Millán de la Cogolla; y la derecha, continúa por el cordal hasta la Cruz de la Demanda.



Yo tomo la pista de la derecha, la que va a la Cruz de la Demanda en unos doce kilómetros más o menos llanos, con continuos repechos que hacen la ruta por el cordal muy entretenida.





A cada curva, a cada cambio de valle, la vista cambia radicalmente. Es una gozada de pista para andar con la BTT aunque, de vez en cuando, cuando la ladera se torna en una pared de piedras sueltas, la pista aparezca petada por ellas.



No tiene pinta de que vaya a caer agua pero la niebla se está empezando a cerrar producto del tránsito de las nubes por el cordal. Es un espectáculo verlas pasar de norte a sur, aunque a mí me pillen justo en medio.





Me he entretenido mucho haciendo fotos y la pista no permite velocidades como el asfalto. Llego a la Cruz de la Demanda a eso de las 19:30 con una atardecer grandioso, con un juego de luces y colores estupendo por el filtro que suponen las nubes bajas.



He metido la ruta en el GPS siguiendo la vista del satélite y contaba con una pista de bajada a la altura de la misma Cruz de la Demanda ... pero no. La pista estaba casi tres kilómetros atrás y me la he pasado por mi obsesión por llegar hasta la Cruz de la Demanda. Así me lo hace saber un tipo que llega en 4x4 para observar "la Berrea", ese rito que tienen los ciervos para ligar con las hembras y que será el motivo de que no pueda pegar ojo en toda la noche. Desde que el sol ha iniciado su reencuentro con la luna, cada vez son más y más sonoros estos gritos desesperados por mojar.




El tipo me avisa de que me queda media hora de luz y que se me va a hacer de noche, que tendrá que avisar a la Guardia Civil pero, cuando le cuento que llevo agua de sobra, luces y que puedo tirar donde quiera la tienda de campaña, se queda más tranquilo. Aún así, me doy prisa por volver hasta el desvío de la pista que baja a Canales de la Sierra para no tener que bajar de noche por las pistas.




Imposible, no me da tiempo. El espectáculo es tan grandioso que no quiero perdérmelo. Hacía tiempo que no disfrutaba de un ocaso tan especial. Los berridos de los ciervos son cada vez más y más intensos, cada vez más y más frecuentes. Y el atardecer ayuda a mantener un climax perfecto para el cortejo.



Se me hace de noche y no se ve una mierda. Aún me queda mucho descenso y voy buscando un buen sitio para tirar la tienda. De tanto apartar la mirada para poder encontrar un sitio llano en las cunetas, cojo una trialera, derrapo y me estampo contra el suelo. Tan solo me hago un pequeño rasguño bajo la rodilla izquierda, pero más vale que no arriesgue más en la bajada. En una curva, en un arcén amplio junto a la pista, ahí mismo planto la tienda.

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